Burguesía terrateniente en Argentina
Según el sociólogo José Luis de Ímaz, el concepto de burguesía terrateniente corresponde a los más grandes propietarios de tierras o poseedores de más de 10.000 hectáreas en la provincia de Buenos Aires.
En 1969, agrupando las parcelas por apellidos y grupos de propietarios, encontró que poseían más de 10.000 hectáreas 82 grupos familiares, 17 sociedades agropecuarias y 20 propietarios individuales.
Entre los grupos familiares, el total de sus extensiones variaba mucho. El grupo familiar que se encontraba al tope del catastro reunía 120.000 hectáreas. El que le seguía en orden de importancia, 95.000. El tercero, 60.000. Había dos grupos propietarios con extensiones entre las 50 y las 55.000 hectáreas. El sexto grupo cubría, en conjunto, 42.000, y así sucesivamente en orden decreciente. Dentro de los 82 grupos familiares, la mayor concentración se producía entre los que reunían de 10.000 a 20.000 hectáreas.[1]
En 2009, Eduardo Basualdo y Nicolás Arceo, autores más contemporáneos, concluyeron que entre fines de la década de los 1980 y mediados de los 1990, la superficie que controlan los más grandes propietarios permanece más o menos estable. Según ellos, “los grandes propietarios siguen controlando el 32% de la superficie provincial y en su composición sólo se observan pequeñas alteraciones que dan como resultado un leve acentuamiento en la relevancia de los propietarios con mayor superficie de tierra”.[2]
La burguesía terrateniente en el interior del país
Existen burguesías terratenientes en otras provincias de Argentina, cuyas propiedades y estancias devienen de las viejas mercedes castellanas.
Tómese por caso las familias tradicionales de la Provincia de Santa Fe -López Pintado, Fernández Montiel, Magnone Blaquier, Echagüe y Andía-, cuyo marcado comportamiento endogámico les ha asegurado la conservación de grandes extensiones de campo. La familia Casado Sastre acumulaba 300.000 hectáreas hacia 1867 y en 1928, 6.625.000, mayormente en la Provincia de Santa Fe.[cita requerida]
También hay que destacar la expresión endogámica por excelencia de la llamada "nobleza choyana" de Santiago del Estero nucleada en San Pedro de Choya,[3][4] la cual muchas veces superan con creces las superficies poseídas por los estancieros porteños.[5]
En idéntica situación se encuentran muchos de los establecimientos de la Patagonia, aunque es ingenuo comparar el valor y la productividad de una hectárea en la estepa patagónica con otra de la Pampa húmeda. Un caso particular fue el de los colonos bóeres en Chubut. Estos, a partir de sus negociaciones con el gobierno argentino, lograron ser propietarios de grandes extensiones de tierra, a diferencia de otras corrientes colonizadoras en el país.[6] Entre ellos se destacaron los colonos Louis Baumann, M. M. Venter y Coenraad Visser.[7]
Tras la Campaña del Desierto, surgieron nuevas familias que cumplieron un papel importante en el desarrollo del campo. Durante el periodo llamado pastoril, en la Pampa avanzaba el tendido de vías, asegurando el traslado de personas, animales, frutos del país, leña, sal y trigo. Este último, después de la primera experiencia de Don Jorge Guillomía, se convirtió en el cereal líder de la explotación de tierra argentina. Con la primera experiencia agrícola que data de 1892, Don Jorge Guillomía siembra una hectárea de trigo, obteniendo un resultado muy prometedor, 30 bolsas de excelente calidad. Realizando el trabajo con un arado mancera, la siembra se efectuó con la bolsa colgando a media espalda del sembrador, quien con pasos coordinados con el movimiento de su brazo derecho va tirando la semilla en forma muy pareja en los surcos, mientras el trillado se practica con caballos. Así comienza la agricultura a ganar espacios, pasando a ser la actividad principal en los años venideros. Don Jorge Guillomía fue un importante estanciero de La Pampa, llegando a poseer tres chacras y más de 500 hectáreas. Fue además Juez de Paz, y formó junto a otros colonos una pequeña burguesía terrateniente.
Esta burguesía terrateniente del interior se vinculó política, económica y familiarmente con la porteña, como en el caso de Fabián Gómez Anchorena, de novelesca vida, hijo de un Gómez Choyano y una Anchorena porteña.[8]
Primeros burgueses terratenientes porteños
Hacia 1810 la jurisdicción efectiva de la ciudad de Buenos Aires en la campaña no se extendía más allá del río Salado. Al norte de este río las estancias estaban originadas en las antiguas mercedes de tierras o pagos, al igual que en el resto del territorio del antiguo Virreinato del Río de la Plata. Un cuarto de siglo más tarde, el 10 de mayo de 1836, el gobierno de Buenos Aires puso en venta mil quinientas leguas de tierra, mayormente ubicadas al sur del río Salado. Los principales adquirentes de esa tierra y las superficies poseídas, en hectáreas, fueron las siguientes personas:
- Álzaga: 159.475
- García de Zúñiga: 127.347
- Anchorena: 75.833
- Girado: 37.500[9]
- Magnone Blaquier: 35.700
- Lastra: 23.750
- Bosch: 21.500
- Ortiz Basualdo: 20.000
- Vivot: 17.000
Además de los nombrados, con anterioridad habían adquirido tierras en la provincia otros como:
- Comandante Nicanor Otamendi: 15.000
- Torres Candia: 14.000
- Familia Alvear: 10.000
Algunas de estas familias, y otras que se sumarían posteriormente, lograron acumular -a veces mediante alianzas matrimoniales- inmensas extensiones de campo, en parte favorecidos por la mayor disponibilidad territorial que implicó la conquista del desierto, y constituyeron los núcleos familiares representativos de la élite de Argentina, una aristocracia que algunos sectores llamaron despectivamente la oligarquía conservadora.[10][11] Así, hacia 1928, fecha que marcó el apogeo de la burguesía terrateniente de Argentina, algunas de estas familias incrementaron sustancialmente sus extensiones y patrimonios camperos, entre ellos:
- Álzaga (en 1836): 159.475 ha.; Álzaga Unzué (en 1928): 411.938 ha.
- Anchorena (en 1836): 75.833 ha.; Anchorena (en 1928): 382.670 ha. Fundamentalmente debido a la unión con Juan Manuel de Rosas y los García de Zúñiga.
- Zúñiga (en 1836): 27.500 ha.; García de Zúñiga (en 1928): 191.218 ha.
- Girado (en 1836): 37.500 ha.; Pereda Girado (en 1928): 122.205 ha.
La burguesía terrateniente en la actualidad
Actualmente, extensos grupos de primos segundos y terceros, descendientes de la burguesía terrateniente, controlan el 76% de la superficie de Argentina (estas gigantescas extensiones de campo se ubican principalmente en las provincias de Córdoba, Santa Fe, Buenos Aires y Entre Ríos, aunque también tienen una importante presencia en las demás provincias argentinas) y hay personas poseedoras de más de 500.000 hectáreas de campo[cita requerida].
Notas y referencias
- José Luis de Ímaz, Los que Mandan, EUDEBA, 1969.
- Eduardo Basualdo y Nicolás Arceo, Características estructurales y alianzas sociales en el conflicto por las retenciones móviles, EDITORIAL LA PÁGINA S.A., 2009.
- Orestes Di Lullo, Viejos pueblos, Santiago del Estero, 1954.
- Amalia Gramajo de Martínez Moreno, Solar de mis mayores, la Concepción del Alto, Ediciones V centenario, Santiago del Estero, 2001.
- Aunque no es el caso más general por lo dilatado de su superficie, Diego Gómez de Pedraza recibió en 1622 una merced que pasó a sus sucesivos descendientes; si bien existen dudas acerca de su real extensión, esta podría alcanzar a ochocientas setenta y tres mil hectáreas, una superficie mayor a la de varios de los pequeños estados europeos. (Manuel Soria, Fechas Catamarqueñas)
- Los inmigrantes Boers. Adriana Edwards.
- «ORGANIZADORES DEL "TREK"».
- María Esther de Miguel, Un dandy en la corte del rey Alfonso, Editorial Planeta, Buenos Aires, 2000, ISBN 950-49-0626-5.
- Estas hectáreas corresponden a la Estancia San Juan, establecida sobre la enfiteusis de 250.000 hectáreas adjudicadas a la sociedad integrada por Juan Pedro Aguirre, Pedro Andrés García, Manuel José de Haedo y José María Rojas
- Manuel Fernández López, Los nuevos dueños del desierto en Historia Integral Argentina, Tomo 4°, Las bases de la expansión, Centro Editor de América Latina S.A., Buenos Aires, 1971.
- Pablo Zubiaurre, Desde la tierra, Ayacucho, 2003, ISBN 987-21125-0-9