Coregía
La Coregía (choregia), en la antigua Atenas, era una forma de liturgia, esto es, de servicio público, en la que los ciudadanos acaudalados tenían que hacerse cargo de los costos que acarreaba la contratación de coros para los certámenes líricos o dramáticos que se celebraban con motivo de las Panateneas, Targelias, Dionisias y Leneas; de ahí su nombre, choregoí. Los costos eran muy considerables. En el año 405 a. C., con el empobrecimiento de Atenas a causa de la Guerra del Peloponeso, dos coregos tuvieron que asumir los costos de la producción de las Grandes Dionisias. Los coregos elegían a los miembros de sus coros, les pagaban el vestuario, los ensayos y el local para ensayar. El premio para el corego que resultaba vencedor en un certamen de ditirambos consistía en un trípode que a renglón seguido dedicaba a un dios; en Atenas la calle de los trípodes (hoi tripodes) tomó su nombre de las múltiples ofrendas de este tipo que la jalonaban.
Corego
El corego (griego, χορηγός, khorêgós) es, en Grecia Antigua, un ciudadano (o un meteco) encargado de organizar a sus expensas un coro y los figurantes para una representación teatral.
Entre los coregos célebres, se puede citar a Pericles, con unos veinte años, para Los persas de Esquilo en 472 a. C., y Temístocles para Las fenicias de Frínico en 476 a. C. (obra cuyo texto se ha perdido).
La coregía era un cargo financiero muy oneroso. Se trata en el origen de sustentar a 12 coreutas, después 15 para la tragedia, 12 para el drama satírico y 24 para la comedia. El corego tenía igualmente a su cargo los vestidos y las máscaras, los decorados y los figurantes (guardias, servidores, niños y otros personajes mudos). Los actores, los músicos y los autores, eran remunerados por el Estado. En caso de victoria, el corego debía ofrecer un gran banquete. Platón, en El Banquete, describe así el dado para la victoria del poeta Agatón.
Por tanto, no parece que la antidosis (procedimiento para designar a otro ciudadano estimado más rico), haya existido en este caso. Ser corego era en efecto un gran honor, y es probable que algunos fueran voluntarios. El corego cuyo poeta había triunfado era coronado en el teatro, con el mismo título que el autor, y su nombre figuraba en la lista de vencedores.