Epístola de Judas

La Epístola de Judas es una carta (epístola) del Nuevo Testamento. El autor se identifica como «Judas, siervo de Jesucristo y hermano de Santiago» y se ha atribuido tradicionalmente a Judas, uno de los hermanos de Jesús. Su origen puede datarse en el último tercio del siglo I, probablemente en Judea. Fue concebida para alertar a la comunidad de fieles sobre falsos maestros que, encubiertamente, se introducían para sembrar disensión y falsas doctrinas.

Epístola de Judas
de Judas

Un trozo del Códice Sinaítico que contiene la Epístola de Judas (Judas 1:9)
Género Epístola
Fecha de publicación c. 70-80 d. C.
Epístolas
Epístola de Judas

Por su brevedad y el vigor de su polémica, la carta de Judas constituye uno de los escritos más peculiaries del Nuevo Testamento. Antes de su canonización oficial en el siglo IV, usualmente fue incluida entre los escritos considerados «dudosos», principalmente a causa del uso que hace su autor de la literatura apócrifa y otras tradiciones extrabíblicas. La carta no ha desempeñado ningún papel significativo en la formación del pensamiento de las iglesias cristianas.[1] Según Raymond Brown, muchos cristianos consideran a la obra como «demasiado negativa, antigua y apocalíptica» para las circunstancias actuales y su aplicación a la vida ordinaria es de una «formidable dificultad».[2]

Autoría

Representación de Judas Tadeo con un rollo en la mano, en alusión a la epístola de Judas que la tradición eclesiástica tendió a atribuirle.

El autor de la epístola se presenta a sí mismo como Judas, siervo de Jesucristo, hermano de Santiago. Puesto que la alusión a Santiago sin más explicaciones es indicativo de que era un personaje bien conocido en la comunidad, la sugerencia más plausible es que este Judas era hermano de Santiago el Justo, obispo de Jerusalén y «hermano del Señor», y, por tanto, uno de los cuatro hermanos de Jesús, tal como se recoge en los evangelios: «Santiago, José, Judas y Simón» (Mc. 6:3).[3][4] La tradición antigua tiende a identificar a este Judas con Judas Tadeo, integrante del grupo de los doce apóstoles de Jesucristo, con base en que Marcos[5] y Mateo[6] los enumeran juntos en la lista de los Doce y Lucas presenta a Tadeo como «Judas de Santiago»,[7] lo que indica algún tipo de parentesco.[4] Sin embargo, un número significativo de exégetas actuales, incluyendo varios católicos, se inclinan por negar esta identificación, puesto que del v. 17 se infiere que los «apóstoles de nuestro Señor Jesuscristo» forman un grupo aparte en el que el autor no se incluye.[8]

Se suele defender la autenticidad de esta identificación porque Judas no era un personaje lo suficientemente importante como para que alguien escribiese una carta pseudoepigráfica en su nombre.[9] Pero de acuerdo con Brown, este argumento soslaya la importancia y consideración que, por razón de parentesco, gozaron los hermanos de Jesús en las comunidades de Jerusalén y Palestina.[10] Por otra parte, el refinado uso del griego, aunque favorece la pseudonimia, no excluye la autenticidad si Judas utilizó un escriba bien educado en dicho idioma.[11]

Datación y origen geográfico

La epístola de Judas carece de algunos rasgos considerados protocatólicos, tales como cierto olvido de la parusía y el énfasis en una estructura eclesiástica dotada de autoridad.[12] Tampoco puede datarse demasiado tarde, pues hay evidencia de que fue utilizada por el autor de la Segunda epístola de Pedro y esta se escribió no más allá de los años 125-150. Dado que la referencia a las palabras pronunciadas por los apóstoles (v. 17) suena como si estos pertenecieran ya a una generación pasada, los especialistas suelen datar la epístola en el último tercio del siglo I.[12][13]

Aunque el lugar de composición es desconocido, la (posible) autenticidad de la carta y el hecho de que sus alusiones al Antiguo Testamento parezcan depender más de un conocimiento de las Escrituras hebreas que de la Septuaginta griega favorece la hipótesis de que la carta fue escrita en Palestina.[14] Otra sugerencia sostiene que fue compuesta en Siria porque un autor pseudográfico invocó el nombre de Judas para contrarrestar la apelación al apóstol Judas Tomás por parte de los gnósticos.[11]

Propósito y destinatarios

Tal como se explica en los vv. 3-4, fue escrita para exhortar a los fieles a «contender» por la fe y rechazar a los falsos maestros, los cuales habían comenzado a esparcir doctrinas contrarias a la fe.[15] Aunque se suele pensar que el autor dirigió la epístola a la iglesia en general (según el encabezamiento, «a los amados en Dios Padre, llamados y conservados en Jesucristo»), otros creen que el tenor del escrito apunta más bien a una situación concreta, no extrapolable a todas las comunidades.[13] Raymond Brown sostiene que se trata de una exhortación general a los cristianos ante los que Judas gozaba de autoridad.[16] En efecto, el uso intensivo del Antiguo Testamento, las alusiones a tradiciones judías extrabíblicas y la referencia a Santiago son indicios de que el autor se dirigía a un público de convertidos judío-cristianos, tal vez una comunidad de la región de Antioquía.[13] Otra posibilidad es que el público estuviese compuesto por cristianos convertidos del paganismo. El antinomismo y los vicios impuros que buscaban introducir los falsos maestros se comprenderían mejor si estos operaban en una comunidad permeable a tales infiltraciones, es decir, una comunidad de cristianos gentiles.[13]

La identidad y doctrinas de los falsos maestros denunciados por Judas también han sido fuente de especulaciones. Lo cierto es que las descripciones de ciertos rasgos libertinos (vv. 4, 7, 16, 18, 19) son demasiado estereotipadas o tradicionales como para concretizar algo, tal como lo prueba su reutilización por parte del autor de 2 Pe.[17] A veces se ha supuesto que los «hombres impíos» eran gnósticos, interpretando la acusación de negar a Dios (v. 4) como un rechazo gnóstico al Dios creador del Antiguo Testamento. No obstante, según Brown tales afirmaciones no son verosímiles y asumen que el gnosticismo estaba muy extendido en el cristianismo del siglo I.[17] Respecto a negar «a nuestro Señor Jesucristo», podría ser indicio de una cristología cuestionable o a un estilo de vida impropio para un cristiano.[18]

Estilo

El autor de la epístola demuestra tener un buen conocimiento de la lengua griega.[11][15] Emplea alguna vez el optativo, el superlativo y construcciones participiales subordinadas de manera correcta y domina un vocabulario variado, destacándose en la búsqueda intencionada de palabras poco comunes (contiene al menos doce hapax legomenon), poéticas y sonoras.[15] Su estilo también es de «notable viveza y rico en imágenes». Sin embargo, contiene semitismos y el tono es de tipo semítico.

Contenido

Fórmula introductoria (vv. 1-2)

En el v. 1 Judas se presenta a título de «siervo de Jesucristo y hermano de Santiago» y dirige su carta a los que Dios, en su amor, llamó a la fe y los preservó uniéndoles a Jesucristo (cf. Rm. 1:6 y 1 Col. 1:24).[19][18] En el v. 2 les desea una triple bendición divina: la misericordia de parte de Dios, la paz del alma con Cristo y la caridad para con el prójimo.

Cuerpo de la carta (vv. 3-23)

En el v. 3, Judas se dirige a los «amados» para comunicar la necesidad de escribirles acerca de «nuestra común salvación» y exhortarlos a contender «ardientemente» por la fe que «de una vez para siempre, ha sido dada a los santos», es decir, por la fe entendida como un cuerpo de enseñanzas tradicionales e invariables.[19][18] Se les advierte que «hombres impíos» se han introducido disimuladamente entre los fieles y «convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios, y niegan a Dios el único soberano, y a nuestro Señor Jesucristo» (v. 4). La descripción polémica de estos predicadores como «hombres que han entrado encubiertamente» (v. 4) para causar desorden ya se encuentra en Ga. 2:4 y llega a ser una situación común en el último tercio del siglo I (Hch. 20:29, 2Tm. 3:6, 2Jn. 10).

En los vv. 5-7 el autor presenta tres ejemplos de la tradición israelita donde Dios castiga la desobediencia:[20][21]

  • Aunque Dios rescató a toda una generación de Egipto, muchos mostraron en el desierto su falta de fe y fueron destruidos antes de que Israel llegase a la Tierra Prometida (Nm. 14).
  • Los ángeles que «abandonaron su dignidad» en el cielo para tener comercio carnal con las mujeres (Gn. 6:1-4) fueron recluidos bajo oscuridad «en prisiones eternas». Allí permanecerán hasta el día del juicio final, cuando reciban su sentencia definitiva.
  • Dios aniquiló con «fuego eterno» a las ciudades de Sodoma y Gomorra, junto a las ciudades vecinas, por practicar la inmoralidad (Gn. 19:1-28). La expresión «de la misma manera que aquellos» podría asimilar la falta de los sodomitas a la cometida por los ángeles, de acuerdo a la interpretación sexual de Gn. 6, a una comparación entre Sodoma y Gomorra y las otras ciudades vecinas o bien a un paralelo con los falsos maestros mencionados en el v. 4.[22]

A continuación, en los vv. 8-10, se despliega un comentario de aplicación al caso para los falsos maestros («de la misma manera también...»).[20] Estos son los que «mancillan la carne», «rechazan la autoridad» y «blasfeman de las potestades superiores». Al parecer, los adversarios contra los que advierte la carta manchan su carne al entregarse a la lujuria, rechazan la soberanía de Cristo e injurian a las «glorias» o «potestades superiores», es decir, a los ángeles.[23] Sin embargo, para Brown es muy posible que el autor no haya pensado en doctrinas erróneas específicas a la hora de formular estas diatribas.[24] A continuación, en el v. 9, la irrisoria presuntuosidad de los adversarios se pone en contraste con la modestia del arcángel Miguel, que cuando se enfrentó al diablo por el cuerpo de Moisés no lo maldijo, sino que se limitó a decirle «el Señor te reprenda». Por el contrario, los falsos maestros blasfeman de cuanto ignoran porque son incapaces elevarse hasta el conocimiento espiritual y las realidades de la fe, y aunque conocen el mundo material, lo hacen a la manera de las bestias irracionales, siguiendo las inclinaciones de la naturaleza corrompida (v. 10).[25]

En el v. 11 el autor lanza un «ay» contra los adversarios y los compara con tres personajes del AT: Caín (que asesinó a su hermano), Balaam (que enseñó a los madianitas cómo llevar a Israel a la idolotría) y Coré (que se amotinó contra Moisés y Aaron).[24] Se los acusa de corromper las comidas de hermandad o ágapes (v. 12), probablemente las comidas cristianas de amor y unión relacionadas con la eucaristía y que, según Pablo, a menudo eran fuente de disputas (1 Col. 11:17-34).[26] El autor profiere contra ellos una serie de invectivas coloristas (vv. 12-13).[27] Así como las «nubes sin agua, llevadas de acá para allá por los vientos» y los «árboles otoñales, sin frutos», la vida de estas personas está vacía de obras virtuosas. Se los describe como «desarraigados» que han roto la comunión eclesial y «dos veces muertos», ya sea porque viviendo espiritualmente muertos antes de su conversión, han vuelto a morir a la gracia de Cristo, o bien porque han incurrido ya en la segunda muerte después del pecado, esto, es la condenación. Por su conducta impetuosa y por arrojar sobre los cristianos falsas doctrinas y malos ejemplos, ellos son comparados con las «fieras ondas del mar, que espuman su propia vergüenza». Pretendiendo ser lumbreras, en realidad están extraviados como las «estrellas errantes».

En los vv. 15-15 el autor cita una profecía de Enoc, al que llama «séptimo desde Adán», acerca del castigo reservado a los impíos en el gran día del Señor, cuando Cristo aparezca rodeado de sus ángeles y todo sea conocido y retribuido, incluyendo las obras impías y las palabras ultrajantes contra Dios.[28] A los falsos maestros y engañadores se los califica de «murmuradores» y «querellosos», que viven sus propios deseos y adulan a los demás para sacar provecho (v. 16). Seguidamente se recuerda a los lectores las palabras dichas por los apóstoles a este respecto: «En el postrer tiempo habrá burladores que andarán según sus malvados deseos» (vv. 17-18).[29] Nuevamente se ataca a los adversarios y se los acusa de «causar divisiones», ser hombres animales y carecer del Espíritu (v. 19).

A modo de inclusión con el v. 3, en el v. 20 el autor invita a los lectores edificarse en la fe orando en el Espíritu Santo y manteniéndose en el amor de Dios, de forma que puedan obtener misericordia para la vida eterna.[26][30] Finalmente, propone un trato diferenciado a sus adversarios: a los que dudan, hay que convencerlos, a otros hay que salvarlos «arrebatándolos del fuego» y de unos teceros hay que compadecerse con precaución, «aborreciendo aún la ropa contaminada con su carne».[31][32]

Doxología final (vv. 24-25)

La carta no concluye con un saludo personal, sino más bien con una doxología solemne, probablemente tomada de la liturgia pero adaptada para el estado de los destintarios, rodeados de peligros.[31][32] Se ponen de relieve cuatro atributos divinos: la gloria, la magnificencia, el imperio y el poder. El autor bendice al solo y único Dios, que puede mantenerlos seguros, «sin caídas», y que los conduce jubilosos al juicio, sin tambalearse.

Uso de textos no canónicos

La cita de literatura apócrifa o extrabíblica es uno de los rasgos sobresalientes de la carta de Judas.[15] Según Raymond Brown, el autor de la carta acepta y se siente libre para citar una amplia colección de tradiciones israelitas y cristianas sin preocuparse por si están recogidas o no en algún corpus considerado canónico, por lo que «es posible que la canonicidad nunca haya ocupado la mente del autor».[33] Este uso de textos apócrifos o no canónicos, principalmente del Libro de Enoc, es evidente o muy probable en los siguientes pasajes de la carta:

  • La alusión a la caída de los ángeles y su reclusión perpetua en las regiones oscuras (v. 6) se deriva de sendos pasajes del Libro de Enoc, concretamente del «Libro de los Vigilantes» (cf. 1 En. 6:7, 10:4-13, 13:1-2, 15:2-3, 21:2ss etc.).[22][20]
  • La disputa entre el arcángel Miguel y el diablo por el cuerpo de Moisés (v. 9), según notaban ya Clemente de Alejandría y Orígenes, se origina en el apócrifo de la Asunción de Moisés.[23][24] No obstante, dicho pasaje no se ha conservado en los manuscritos disponibles. La imprecación de Miguel al diablo parece un eco de aquella otra pronunciada por el ángel de Yahvé en el libro de Zacarías (Zac. 3:2).[25]
  • La profecía de los vv. 14-15 fue pronunciada por Enoc (1 En. 1:9), tal como declara el autor de la carta: «De éstos también profetizó Enoc, séptimo desde Adán, diciendo (...)».[34][26]
  • La descripción de los impíos del v. 16 podría estar inspirada en el Testamento (Asunción) de Moisés (7:7-9; 5:5), aunque otros ponen en duda esta relación.[26]

Cabe notar que la profecía apostólica citada en los vv. 17-18 no se conserva en ningún otro libro del Nuevo Testamento, probablemente porque se trata de una enseñanza transmitida por la catequesis oral.[30][26]

Relación con la Segunda epístola de Pedro

El autor de la Segunda epístola de Pedro, una obra pseudográfica compuesta en la primera mitad del siglo II, tomó en bloque gran parte de la argumentación de Judas para reelaborar una polémica contra los falsos profetas y los falsos maestros.[35] Esto incluye la introducción encubierta de «herejías destructoras» (v. 2:2-2), la tríada de ejemplos de los castigados por Dios (vv. 4-6) —aunque reemplazando la del pueblo en el desierto por el Diluvio—, la referencia a la blasfemia de estos adversarios contra las potestades superiores (vv. 10-11), su comparación con animales irracionales (v. 12), su infiltración en las comidas (v. 13), el ejemplo de Balaam (vv. 15-16), las diatribas coloristas (v. 17), la seducción con palabras «infladas y vanas» (v. 18) y la profecía de los apóstoles sobre la venida de falsos maestros (vv. 3:1-4).

Canonicidad

Colofón de la epístola en el Códice Alejandrino. siglo V.

A principios del siglo II la epístola de Judas era lo suficientemente estimada como para que fuera utilizada por el autor de 2 Pe.[1][36] En Occidente, el fragmento muratoriano (c. 170) lo incluye entre los libros considerados canónicos. Tertuliano se refiere a ella como la epístola «del apóstol Judas» y también la considera canónica. Clemente Alejandrino escribió un comentario a la carta y Orígenes también la admitía en el canon, citándola con frecuencia. Sin embargo, en el siglo IV Eusebio de Cesarea incluyó la epístola entre los antilegómena, es decir, entre los escritos discutidos. El principal obstáculo para su canonicidad era el uso que hace su autor del Libro de Enoc, tal como reconoce San Jerónimo:

Judas frater Jacobi parvam, quae de septem Catholicis est, Epistolam reliquit. Et quia de libro Enoch, qui apocryphus est, in ea assumit testimonium, a plerisque rejicitur, tamen auctoritatem vetustate jam et usu meruit, et inter sanctas Scripturas computatur.
Judas, el hermano de Jacobo, dejó una pequeña epístola, que es uno de los siete católicos. Y debido a que toma su testimonio del libro de Enoc, que es apócrifo, y en él es rechazado por la mayoría de la gente, sin embargo, ya se ha ganado su autoridad por la antigüedad y la práctica, y se cuenta entre las Sagradas Escrituras.

San Jerónimo, De viris illustribus, capítulo 4.

Dos papiros, P72 y P78, atestiguan el uso de la epístola en los siglos III y IV.[1] En el año 367, finalmente, el canon alejandrino reconoció formalmente su canonicidad. Tiempo después, en el siglo VI, fue aceptada por las iglesias de lengua siríaca. La polémica resurgió en la época de la Reforma protestante, cuando en su edición del Nuevo Testamento de 1522 Martín Lutero colocó a la epístola de Judas, junto a Hebreos, Santiago y Apocalipsis, al final del volumen, como escritos de menor calidad o dudosos.[1] Sin embargo, no se produjo un debate continuo comparable al que hubo con Santiago, puesto que Judas no era un escrito teológicamente importante.

Referencias

  1. Brown, 2002, p. 977.
  2. Brown, 2002, pp. 963 y 977.
  3. Brown, 2002, p. 965.
  4. Salguero, 1965, p. 277.
  5. Marcos 3:18
  6. Mateo 10:3
  7. Lucas 6:16
  8. Brown, 2002, p. 964.
  9. Brown, 2002, p. 973.
  10. Brown, 2002, pp. 965-966 y 973.
  11. Brown, 2002, p. 974.
  12. Brown, 2002, p. 975.
  13. Salguero, 1965, p. 279.
  14. Brown, 2002, pp. 973-974.
  15. Salguero, 1965, p. 281.
  16. Brown, 2002, p. 972.
  17. Brown, 2002, p. 976.
  18. Brown, 2002, p. 966.
  19. Salguero, 1965, p. 284.
  20. Brown, 2002, p. 967.
  21. Salguero, 1965, pp. 285-287.
  22. Salguero, 1965, p. 286.
  23. Salguero, 1965, p. 287.
  24. Brown, 2002, p. 968.
  25. Salguero, 1965, p. 288.
  26. Brown, 2002, p. 969.
  27. Salguero, 1965, p. 289.
  28. Salguero, 1965, p. 290.
  29. Salguero, 1965, pp. 290-291.
  30. Salguero, 1965, p. 291.
  31. Brown, 2002, p. 970.
  32. Salguero, 1965, p. 292.
  33. Brown, 2002, p. 971.
  34. Salguero, 1965, pp. 289-290.
  35. Brown, 2002, pp. 983-984.
  36. Salguero, 1965, p. 278.

Bibliografía

  • Brown, Raymond (2002). Introducción al Nuevo Testamento. Cartas y otros escritos (Antonio Piñero, trad.). Madrid: Trotta. ISBN 8481645397.

Enlaces externos

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