Las Cabezadas
Las Cabezadas es el nombre que recibe una ceremonia civil y religiosa que se celebra en la ciudad de León (España) el domingo más próximo a la festividad de San Isidoro, que se celebra el día 26 de abril.
Dicho nombre nace de las reverencias —tres por cada parte— hechas con exagerada inclinación, que los representantes del Ayuntamiento, situados en la Plaza de San Isidoro, y el Cabildo de la Real Colegiata y Basílica de San Isidoro, situado en el atrio de la Real Basílica, hacen al despedirse una vez concluidos los actos, el dialéctico y el religioso, de esta popular fiesta. En las Crónicas y archivos figura con el nombre de Ceremonia del Foro u Oferta.
La Real Colegiata y Basílica de San Isidoro, conocida por su Museo, donde se puede contemplar el Panteón de los Reyes de León, el Cáliz de doña Urraca, Códices medievales y otras maravillas de ese periodo histórico; y donde también se alberga el Arca de los Marfiles, relicario que contiene los restos de San Isidoro de Sevilla, desde su traslado en el año 1063.[1]
Historia
En el libro León, romero y festivo de La Crónica de León se narra la historia de este hecho. Relata Lucas de Tuy, canónigo de San Isidoro durante la primera mitad del siglo XIII, el milagro acontecido en 1158, reinando Fernando II de León:
«Habiendo una gran sequía, la gente del pueblo solicita ayuda a san Isidoro por medio de una rogativa. Llevaron sus restos en procesión. Al llegar a la localidad del Trobajo del Camino, a dos leguas de la ciudad, la urna que contenía los restos de san Isidoro empezó a pesar, y los mozos que pujaban no podían con ella. La dejaron en el suelo y empezó a llover copiosamente, pero los restos del Santo no se dejaban levantar del suelo.»
«La infanta Sancha de León, hermana del rey Alfonso VII, al enterarse de lo ocurrido, fue a buscar los restos. Ante la imposibilidad de su traslado, se mantuvo orando y guardó ayuno durante tres días junto al arca que contenía los restos del Santo. Los restos del Santo habían sido trasladados a León bajo el auspicio de doña Sancha. La infanta prometió que nunca más los restos de san Isidoro volverían a salir del templo donde se custodiaban y donde aún hoy permanecen. Después de efectuada esta promesa, aparecieron tres mancebos que pudieron levantar, con milagrosa facilidad, el arca que contenía los restos de san Isidoro para regresarlos de nuevo a la basílica.»
Por este motivo y desde aquella fecha, el concejo de la ciudad de León, decidió pagar u ofrecer todos los años un tributo a san Isidoro por mediación de sus representantes. Así lo relata en sus crónicas, que se conservan en el Archivo, Lucas de Tuy.
Celebración
Esta promesa la hizo el pueblo y el Ayuntamiento de León, y se celebra el domingo más próximo a la festividad de San Isidoro, que tiene lugar el día 26 de abril.
Ese domingo, los representantes del municipio, encabezados por su alcalde, se reúnen en la sede municipal, sita en la plaza de San Marcelo (que en la segunda mitad del siglo XX se conocía popularmente como la plaza de las Palomas) y acompañados por la Banda Municipal de Música, que acompasa el cortejo con los sones del himno de León, y escoltados por los maceros y la Guardia Municipal, enarbolando el pendón Real de León, emblema de representación de la ciudad, que se custodia en el Ayuntamiento, se dirigen hacia la Real Colegiata y Basílica de San Isidoro portando un cirio de una arroba y dos hachas de cera.
El Cabildo de San Isidoro recibe al Ayuntamiento en el atrio y desde allí van juntos hasta el Claustro donde se entabla una batalla dialéctica. Se colocan uno enfrente de otro y el síndico municipal inicia la ronda de intervenciones, tres cada representante, defendiendo su postura.
En primer lugar el síndico del Ayuntamiento, hace referencia a que es una fiesta para guardar la tradición y que están allí para cumplirla por lo tanto es una «ofrenda» que cumplen todos los años, y además lo hacen por propia voluntad sin obligación alguna. A ello el Cabildo contesta que eso es mentira que lo hacen como un «foro», como una obligación, sujeta por el milagro acaecido años atrás.
Durante las tres intervenciones los dos representantes se dicen frases fuertes y a veces irónicas, que el pueblo aplaude y vitorea, pero nunca se ponen ni pondrán de acuerdo, finalmente se levanta un Acta en a que una parte —la municipal— manifiesta que ha comparecido para entregar lo que es una «ofrenda»; y la otra parte -el Cabildo de San Isidoro- manifiesta que ha comparecido para recibir lo que es «foro».
Tras el acto se celebra la misa, y al final el Cabildo y la Corporación rezan ante la urna de San Isidoro y salen juntos para despedirse.
En el suelo de la plaza de San Isidoro se pintan tres rayas blancas, que señalan los tres puntos en los que la Corporación Municipal debe pararse y girarse hacia la entrada de la Basílica de San Isidoro, en cuyo atrio se encuentra el Cabildo, para, con una exagerada reverencia, despedirse de él.
Cuando el Ayuntamiento sale a la calle, se sitúa encima de cada una de las rayas, el alcalde da un golpe fuerte de vara en el suelo y dando toda la corporación la vuelta al unísono saludan con una inclinación exagerada al Cabildo; Este último responde, a su vez, a la corporación con una inclinación idéntica. Este ritual se repite por tres veces. De ahí que se conozca popularmente con el nombre de «las Cabezadas».
En la plaza de San Isidoro existe una estatua dedicada a este acto. En ella, una figura humana que representa a un Canónigo en el que se reconoce al fallecido (13 de diciembre de 2012) Abad emérito de San Isidoro, Antonio Viñayo González, que recibe el cirio de manos de una figura que representa al Síndico Municipal con el que ha mantenido el cruce dialéctico. En la peana de este conjunto escultórico se relata este legendario acontecimiento.