29. La carcoma de la envidia |
Primera parte
Cervantes llamó a la envidia carcoma de todas las virtudes y raíz de infinitos males. Se asombraba de cómo todos los vicios tienen un no sé qué deleite consigo, pero el de la envidia no trae sino disgustos, rencores y rabia.
La envidia no es la admiración que sentimos hacia algunas personas, ni la codicia por los bienes ajenos, ni el desear tener las dotes o cualidades de otro. Es otra cosa.
La envidia es entristecerse por el bien ajeno. Es quizá uno de los vicios más estériles y que más cuesta comprender y, al tiempo, también probablemente de los más extendidos, aunque nadie presuma de ello (de otros vicios sí que presumen muchos).
La envidia va destruyendo -como una carcoma- al envidioso.
No le deja ser feliz, no le deja disfrutar de casi nada, pensando en ese otro que quizá disfrute más. Y el pobre envidioso sufre mientras se ahoga en el entristecimiento más inútil y el más amargo; el provocado por la felicidad ajena.