38. Dominio propio |
Primera parte
Cuentan -me imagino que no será cierto, pero el ejemplo nos vale- que ciertas tribus africanas emplean un sistema verdaderamente ingenioso para cazar monos.
Consiste en atar bien fuerte a un árbol una bolsa de piel llena de arroz, que, según parece, es la comida favorita de determinados monos. En la bolsa hacen un agujero pequeño, de tamaño tal que pase muy justo la mano del primate.
El pobre animal sube al árbol, mete la mano en la bolsa y la llena de la codiciada comida. La sorpresa viene cuando no puede sacar la mano, estando como está abultada por el grueso puñado de arroz.
Es entonces cuando aprovechan los nativos para apresarlo porque, asombrosamente, el pobre macaco grita, salta, se retuerce... pero no se le ocurre abrir la mano y soltar el botín, con lo que quedaría inmediatamente a salvo.
Creo que, salvando las distancias con este pintoresco ejemplo, a los hombres nos puede pasar algo parecido. Quizá estamos a veces aprisionados por cosas que valen muy poco, y ni se nos pasa por la cabeza abandonarlas para poder ponernos a salvo, porque nos falta el dominio propio y estamos -igual que ese pobre mono- como cegados, impedidos para razonar.