48. Apariciones a los discípulos |
1. Los discípulos de Emaús
El mismo día, dos de ellos iban a una aldea llamada Emaús, que distaba de Jerusalén sesenta estadios. Y conversaban entre sí de todo lo que había acontecido. Y sucedió que, mientras comentaban y discutían, Jesús mismo se acercó y caminaba con ellos; pero sus ojos estaban incapacitados para reconocerle. Y les dijo:
- ¿Qué conversación lleváis entre los dos mientras vais caminando? y se detuvieron entristecidos. Uno de ellos, de nombre Cleofás, le respondió:
- ¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabe lo que ha pasado allí estos días? Él les dijo:
- ¿Qué ha pasado? Y le contestaron:
- Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y ante todo el pueblo: cómo los príncipes de los sacerdotes y nuestros magistrados lo entregaron para que lo condenaran a muerte y lo crucificaron. Sin embargo nosotros esperábamos que él sería quien redimiera a Israel. Pero con todo, es ya el tercer día desde que han pasado estas cosas. Bien es verdad que algunas mujeres de las que están con nosotros nos han sobresaltado porque fueron al sepulcro de madrugada y, al no encontrar su cuerpo, vinieron diciendo que habían tenido una visión de ángeles, los cuales les dijeron que está vivo. Después fueron algunos de los nuestros al sepulcro y lo hallaron tal como dijeron las mujeres, pero a él no le vieron. Entonces Jesús les dijo:
- ¡Oh necios y tardos de corazón para creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No era preciso que el Cristo padeciera estas cosas y así entrara en su gloria? Y comenzando por Moisés y por los Profetas les interpretaba en todas las Escrituras lo que se refería a Él. Llegaron cerca de la aldea a donde iban y Él hizo ademán de continuar adelante. Pero le retuvieron diciéndole:
- Quédate con nosotros, porque ya está anocheciendo y va a caer el día. Y entró para quedarse con ellos. Y estando juntos a la mesa tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio. Entones se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero Él desapareció de su presencia. Y se dijeron uno a otro:
- ¿No es verdad que ardía nuestro corazón dentro de nosotros mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras? Y al instante se levantaron y regresaron a Jerusalén y encontraron reunidos a los Once y a los que estaban con ellos, que decían:
- El Señor ha resucitado realmente y se ha aparecido a Simón. Y ellos contaron lo que había pasado en el camino, y cómo le habían reconocido en la fracción del pan. (Lucas 24, 13-35).
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"Cada cristiano debe hacer presente a Cristo entre los hombres; debe obrar de
tal manera que quienes le traten perciban el bonus odor Christi, el buen olor de
Cristo; debe actuar de modo que, a través de las acciones del discípulo, pueda
descubrirse el rostro del Maestro" (Es Cristo que pasa, n.105).
(Pintura: Cristo, camino de Emaús. COECKE VAN AELST, Pieter. Colección privada).
2. Aparición a los discípulos sin Tomás
Al atardecer de aquel día, el siguiente al sábado, estadas cerradas las puertas del lugar donde se había reunido los discípulos por miedo a los judíos, vino Jesús, se presentó en medio de ellos y les dijo:
- La paz sea con vosotros. Y dicho esto les mostró las manos y el costado. Al ver al Señor se alegraron los discípulos. Les dijo de nuevo:
- La paz sea con vosotros. Como el Padre me envió así os envío yo. Dicho esto sopló sobre ellos y les dijo:
- Recibid el Espíritu Santo; a quienes perdonéis los pecados, les son perdonados; a quienes se los retengáis, les son retenidos. (Juan 20, 19-23).
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"Para progresar cada día con mayor fervor en el camino de la virtud, queremos
recomendar con mucho encarecimiento el piadoso uso de la confesión frecuente,
introducido por la Iglesia no sin la inspiración del Espíritu Santo: con él se
aumenta el justo conocimiento propio, crece la humildad cristiana, se hace
frente a la tibieza e indolencia espiritual, se purifica la conciencia, se
robustece la voluntad, se lleva a cabo la saludable dirección de las conciencias
y aumenta la gracia en virtud del Sacramento mismo" (Mystici Corporis).
(Pintura: Incredulidad de Santo Tomás. TERBRUGGHEN, Hendrich. Museo Rijks. Amsterdam).
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3. Aparición a los discípulos con Tomás Tomás, uno de los doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le dijeron: - ¡Hemos visto al Señor! pero él les respondió: - Si no veo la señal de los clavos en sus manos, y no meto mi dedo en esa señal de los clavos y mi mano en su costado, no creeré. A los ocho días, estaban de nuevo dentro sus discípulos y Tomás con ellos. Estando las puertas cerradas, vino Jesús, se presentó en medio y dijo: - La paz sea con vosotros. Después dijo a Tomás: - Trae aquí tu dedo y mira mis manos, y trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente. Respondió Tomás y le dijo: - ¡Señor mío y Dios mío! Jesús contestó: - Porque me has visto has creído; bienaventurados los que sin haber visto han creído. (Juan 20, 24-29). |
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La respuesta de Tomás no es una simple exclamación, es una afirmación: un
maravilloso acto de fe en la Divinidad de Jesucristo: "¡Señor mío y Dios mío!".
Estas palabras constituyen una jaculatoria que han repetido con frecuencia los
cristianos, especialmente como acto de fe en la presencia real de Jesucristo en
la Sagrada Eucaristía.
(Pintura: Incredulidad de Santo Tomás. MAZZOLINO, Indovico. Galería Borghose. Roma) La resurrección de Cristo, la mayor prueba de que es Dios