Aunque i_a molido por las pedradas,

don Quijote  entr_  en Sierra Morena

con el coraz_n  alegre,

pues pensó que entre  aque_as  montañas

le esperaban  m_s  aventuras que en ninguna otra parte.

Al  _erse  lejos de los caminos y los malnacidos galeotes,

Sancho sacó de sus _alforjas  un mendrugo de pan

y un trozo de  _eso,

y agradeció a  _ios que Ginés

y sus compinches no le  hu_iesen  quitado

la comida además de la _opa.

Pero, justo cuando empezaba a _enar  la panza,

don Quijote descubrió entre unos  ar_ustos

una mal_ta medio podrida

y le pidió a Sancho que la  a_riese.

El buen escudero obedeció tan  r_pido  como pudo,

y sacó de la de la maleta cuatro camisas de _ilo  fino,

un libri_o  de memoria muy bien encuadernado

y un pañuelo con  m_s  de cien escudos de oro.

-Acércame el li_ro,  Sancho -dijo don Quijote-,

y  qu_date  con el dinero,

porque te lo mereces m_s  que nadie en el mundo.

Al  o_r  aquello, se alegró tanto

que se puso de   rodi_as  ante su señor

y le besó las manos más de  _einte  veces.

-¡Por fin una aventura de  pro_echo!  -decía-.

 ¡A_ora  sí que doy por bien empleados

todos los palos y pedradas que _e recibido!