11. Caso Raúl "El sentido crítico" 
y Nota técnica "Encauzar su rebeldía"

1º Paso. Estudio individual del caso Raúl "El sentido crítico"

SITUACIÓN:

    Raúl tiene 15 años y es el pequeño de tres hermanos. Sus padres no saben bien por qué, pero desde hace varios meses muestra una creciente tendencia a criticar a todo el mundo. Demuestra tener una notable agudeza para captar los defectos de los demás, y se siente impulsado a manifestar lo que él considera flagrantes faltas coherencia.

    Sus padres procuran decirle que no está bien criticar con tanta dureza a la gente, que debe ser más comprensivo, etc. Ante esas razones, Raúl suele indignarse más aún, y dice cosas como "¿por qué no voy a decirlo si es verdad?", o "me parece una hipocresía callarse lo que uno piensa: si no es verdad, que me lo demuestren".


OBJETIVO:

Reconducir de modo constructivo el sentido crítico.


MEDIOS:

    Enseñarle a comprender mejor a los demás, ponerse en su lugar, y saber corregir de modo oportuno, positivo e inteligente.


MOTIVACIÓN:

    Favorecer un ambiente familiar en el que todos tengan la tranquilidad de saber que cuando hagan algo mal se lo dirán los demás lealmente y de modo privado, sin criticarle a sus espaldas.


HISTORIA:

    Raúl lleva varios días un poco más acelerado de lo normal. Su sentido crítico está en plena efervescencia, y le lleva a una agresividad que produce tensiones fuertes a su alrededor. En su clase le están pagando con la misma moneda, y de los conflictos que produce sale a veces bastante malparado.

    Hoy ha llegado a casa malhumorado y hundido. Ha debido pasar algo. Sus padres llevan tiempo preocupados, pero no saben bien qué más decirle. "Estoy pensando —concluía su padre cuando lo comentaba por la noche con su mujer— que tendría que hablar con él con un poco de calma. Veo que siempre hablamos de estas cosas en unas circunstancias negativas, a raíz de escuchar sus críticas y tener que atajarlas. Como he visto que hay estos días una feria de últimas tecnologías multimedia, que a él le encantan, igual que a mí, voy a proponerle que me acompañe, a ver si encontramos después un buen momento para charlar".


RESULTADO:

    A Raúl le hizo ilusión el plan. Quedaron en aprovechar el mediodía, que siempre hay menos gente, y después comer allí juntos en plan rápido unas hamburguesas, cosa que a Raúl le gustaba casi más que la informática. Durante el trayecto no pararon de hablar sobre ordenadores. Su padre se esforzó en escuchar. A raíz de los comentarios del chico, salían también sus opiniones sobre otros temas muy diversos, expresados siempre con gran rotundidad.

    El tiempo de la visita se pasó en un suspiro y llegó la hora de comer. Su padre pensó que había ya un ambiente adecuado para hablar con más confianza sobre el carácter de su hijo. De todas formas, no le resultaba fácil sacar el tema. Pensó en dejarlo para otra ocasión, pero se dio cuenta de que era por pura pereza: "He quedado con mi mujer en hablar con él de esto —pensaba para sí—; no puedo volverme sin hacerlo".

    Sacó por fin el tema, con el mejor tono que supo. Intentó hacer un enfoque positivo. "Mira, Raúl, me gustaría que habláramos en plan serio y constructivo. No quiero ahora recriminarte nada, estate tranquilo. Más bien quiero pedirte ayuda." Raúl le miraba con asombro: "¿De qué se trata? Nunca te había visto con tanto misterio...".

    "Se trata —le explicó— de que veo que tienes talento para ver lo que los demás hacemos mal. Y eso es un don con el que puedes ayudarnos mucho, si lo empleas bien. Pero si lo empleas mal puedes hacer sufrir mucho también."

    Raúl escuchaba con interés. Era bastante consciente de casi todo lo que le pasaba, pero se veía superado por sus frecuentes sentimientos de rebeldía y de indignación. Solía acabar manifestándolos ásperamente, y luego se pasaba horas dándole vueltas en la cabeza a los motivos por los que él tenía razón. Con frecuencia también le dolían luego las cosas que había llegado a decir en esos momentos de enfado, y se sentía culpable.

    Su padre le encontró receptivo, y pudo hablarle con calma de cómo todos tenemos muchos defectos, y que lo mejor era ayudarnos entre todos a superarlos, en vez de recriminárselos unos a otros en los momentos de enfado o indignación, que es cuando todos estamos menos ponderados para hablar y menos receptivos para escuchar. Hablaron de la maravilla de poder actuar con naturalidad, sabiendo que tenemos las espaldas guardadas por los demás, que nos dirán lealmente, a la cara y con cariño, las cosas que hagamos mal.

    Hablaron bastante, de manera que tuvieron luego que salir a toda prisa para no llegar tarde al trabajo y a clase respectivamente. Raúl quedó contento, y reconoció que su actitud hipercrítica le estaba dando malos resultados, pues le había alejado de algunos de sus compañeros y ahora tenía que recuperar mucho terreno en sus relaciones de amistad. Sabía que le iba a costar, pero había visto las cosas claras y había llegado a un acuerdo con su padre para hablar de estas cosas con calma al menos una vez cada semana.

Alfonso Aguiló.  Con la autorización de:   www.interrogantes.net


2º paso. Trabajo en equipo para contestar a cinco cuestiones

a) ¿Por qué Raúl era cada vez más crítico?

b) ¿Qué consecuencia tuvo su espíritu crítico en sus compañeros?

c) ¿Por qué el padre acertó en la solución?

d) ¿Cómo podía Raúl ayudar a los demás?

e) ¿Qué significa tener las espaldas guardadas?


3º paso. Puesta en común del gran grupo


4º paso. Descanso de 15 minutos


5º paso. Estudio individual de la Nota técnica "Encauza su rebeldía"    

El adolescente tiende a vivir apasionadamente todo, es como una gran fuente de energía que debe ser bien encauzada.

Hay que inculcar en el adolescente un sensato y natural inconformismo ante lo que está mal, ante la injusticia, ante la mediocridad.

Resulta incomparablemente mayor el número de chicos y chicas que se acaban deslizando por la pendiente de la mediocridad que por la del mal.


    Un desenfadado estudiante rellenaba en cierta ocasión, sin mucho entusiasmo, el cuestionario de un test de personalidad que les hacían en el colegio. Una de las preguntas le interrogaba sobre qué entendía que les estaba sucediendo a los jóvenes que, como él, atravesaban esa tormentosa etapa de su vida que es la adolescencia. No sé qué sucedería en su familia, ni qué entendía exactamente él sobre la pubertad, pero la respuesta fue de antología: "La pubertad es una enfermedad que pasan los padres cuando sus hijos llegan a los catorce o quince años."

    Cuando me lo contaron me hizo gracia y pensé si esa afirmación no tendría efectivamente una buena dosis de sentido común. Porque, con la llegada de la adolescencia, se produce una profunda transformación. Los hijos empiezan a ser más rebeldes, adoptan quizá un cierto aire de suficiencia, a lo mejor no cuentan casi nada, y dan respuestas cortantes, muchas veces parcos monosílabos.

    Todo esto es algo natural, y lo extraño sería, en todo caso, que esta etapa no se presentara. En nada sorprenderá a una madre prevenida o a un padre sensato, que comprenderán que los años pasan y los hijos crecen, y que esto es lo normal. Ya volverán las aguas a su cauce.

No entrar al choque

    Pero unos padres ingenuos y asustadizos –como quizá debieran ser los del alumno protagonista de aquella anécdota– probablemente se empeñen entonces en imponer su autoridad a ultranza, o enfadarse, o incluso dar gritos, y finalmente acaben por desesperarse al ver que a su hijo apenas le conmueven, y que más bien, por el contrario, se afinca aún más en su beligerancia y en su actitud contestataria.

    Cuando los padres apenas han hablado con ellos en los años anteriores a la adolescencia, ante esta situación pretenderán introducirse en la vida de su hijo, precisamente ahora que él trata de cerrarse. Pero tienen que comprender que a estas alturas les llevará mucho más trabajo franquear la barrera de su intimidad, porque entre los sentimientos nuevos que experimentan los adolescentes está el de no querer dejar entrar fácilmente a nadie en ella.

    Si se han descuidado en los años anteriores y, por la razón que sea, tienen poca confianza con sus hijos, el problema tiene remedio, pero será evidentemente más difícil. No puede decirse que no pasa nada por haber perdido las buenas oportunidades que brinda la infancia para preparar a los hijos a hacer frente a la adolescencia.

El tiempo pasa

    Es probable que aquel chico dijera que la adolescencia era más bien cosa de los padres porque muchos padres no se hacen cargo de que su hijo ha crecido, y tienen por tanto que tratarle ya de distinta manera, y no pretender que siga obrando como en la infancia.

    No se dan cuenta, por ejemplo, de que no pueden estar encima de sus hijos todo el día porque, si lo hacen, o los chicos se rebelan y rompen, o se infantilizan y no aprenden a decidir. No comprenden –al menos en la práctica– que es mejor darles responsabilidad y luego pedirles cuentas, porque, de lo contrario, lo que consiguen es problematizar la adolescencia de los hijos.

Encauzar esa potencialidad

    La rebeldía propia de estas edades es una potencialidad natural de gran importancia. El adolescente vive un periodo cronológico marcado por un sorprendente interés por los grandes proyectos. No suele estar satisfecho del mundo en el que vive. Siente el deseo de entregarse a ideales elevados, de arreglar el mundo, de ser pionero de grandes iniciativas.

    Son cosas que, a los ojos de los adultos, muchas veces parecen ensoñación juvenil, pero que constituyen el empuje de las nuevas generaciones y que dan esa altura de horizontes y esa magnanimidad a la gente joven que ha recibido una buena formación.

    El adolescente tiende a vivir apasionadamente todo. Por eso es fundamental saber discernir las potencialidades positivas que eso tiene, con objeto de encauzar toda esa fuente de energía.

Inconformismo positivo

    Hay que inculcar en los hijos un inconformismo natural ante lo mediocre, porque resulta incomparablemente mayor el número de chicos y chicas que se acaban deslizando por la pendiente de la mediocridad que por la del mal.

    Deben comprender que han sido muchos los que llenaron su juventud de grandes sueños, de planes, de metas que iban a conquistar, y que en cuanto vieron que la cuesta de la vida era empinada, en cuanto descubrieron que todo lo valioso resultaba difícil de alcanzar, y que, mirando a su alrededor, la inmensa mayoría de la gente estaba tranquila en su mediocridad, entonces decidieron dejarse llevar ellos también.

    La mediocridad es una enfermedad sin dolores, sin apenas síntomas visibles. Los mediocres parecen, si no felices, al menos tranquilos. Suelen presumir de la sencilla filosofía con que se toman la vida, y les resulta difícil darse cuenta de que consumen tontamente su existencia.

    Todos tenemos que hacer un esfuerzo para salir de la mediocridad y no regresar a ella de nuevo. Tenemos que ir llenando la vida de algo que le dé sentido, apostar por una existencia útil para los demás y para nosotros mismos, y no por una vida arrastrada y vulgar.

    Porque, además, como dice el clásico castellano: no hay quien mal su tiempo emplee, que el tiempo no le castigue. La vida está llena de retos y alternativas. Vivir es apostar y mantener la apuesta. Apostar y retirarse al primer contratiempo sería morir por adelantado.

Pedirles soluciones

    Una idea ha de estar siempre presente en el diálogo con los hijos, y en especial si son adolescentes: pedirles que transformen sus quejas en crítica constructiva, que aporten soluciones.

    Que comprendan que es muy fácil decir que algo está mal y que hay que cambiarlo. Pero que lo difícil –y lo que hace falta– es aportar ideas positivas y conseguir cambiarlo realmente.

    Que no pueden ser rebeldes de pacotilla, que quieren cambiar el mundo pero que luego ni estudian, ni dan golpe, ni pueden ponerse a nadie como ejemplo de nada: lo suyo, más que rebeldía, serían ganas de incordiar.


PARA PENSAR...

·  Hay rebeldías cuya solución es, sencillamente, no provocarlas. Piensa, por ejemplo, que el contenido de un mandato de los padres suele importar menos al hijo que el tono de voz con que se da. Los modos de ser autoritarios dificultan el correcto desarrollo de la personalidad de los hijos. Quizá provocas su rebeldía porque no sabes mandar sin imperar.

·  Si se rebela porque no se le permite hacer lo que –según él dice– "todos hacen", busca un momento adecuado para hacerle pensar que debe demostrar su personalidad rebelándose contra esas costumbres imperantes equivocadas.

·  Lo habitual en muchos casos es que la rebeldía adolescente sea una sana y positiva potencialidad natural, si se sabe encauzar hacia un sensato pero radical inconformismo ante lo que está mal, ante la injusticia, ante la mediocridad, etc.

·  Analiza si estás aprovechando la energía interior propia de estas edades. Piensa si sabes plantear a tus hijos retos positivos, si sabes poner a su amor propio del lado del bien.

·  Una forma de hacer madurar su rebeldía es suscitar y formar su sentido crítico. Anímale a formarse un criterio propio de las cosas, y a saber defenderlo o rectificarlo cuando sea preciso.

·  No desdeñes el apasionamiento adolescente, oriéntalo. No menosprecies sus ideales, encáuzalos. Más vale dejar que se equivoque alguna vez, a querer apagar todas sus ilusiones por un pretendido planteamiento "experimentado" y "realista".

·  Busca momentos en los que hablar tranquilamente con cada uno de tus hijos sobre cuestiones que provoquen su rebeldía: qué piensa que debe cambiar, y qué soluciones considera las más adecuadas.

...Y ACTUAR

·  Anímale a hacerse un planteamiento ambicioso –de ambición buena, no egoísta– de sus ideales en todas las vertientes de la vida, y ayúdale a entenderlos como un servicio a los demás, y a concretar el modo de alcanzarlos, sabiendo traducirlos a detalles sencillos de la vida diaria: colaborar en algún servicio social de voluntariado, visitar o ayudar económicamente a personas necesitadas, estudiar más para poder acceder a aquel ideal profesional desde el que piensa que podrá contribuir a mejorar la sociedad, etc. Recuerda quizá aquel conocido proverbio ruso: si cada uno barriera delante de su puerta, estaría muy limpia la ciudad.

Alfonso Aguiló.  Con la autorización de:   www.interrogantes.net

6º paso. Trabajo en equipo para contestar a cinco cuestiones

a) ¿Por qué los padres sufren con los hijos adolescentes?

b) ¿Qué cambios se producen en el adolescente?

c) ¿Por qué no es positiva la autoridad a ultranza?

d) ¿Cómo evitar la mediocridad del adolescente?

e) ¿Cuáles de las soluciones que presenta la nota técnica parecen más positivas?


7º paso. Puesta en común del gran grupo 


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