19.
Caso David "Controlar los propios
sentimientos" |
1º Paso. Estudio individual del caso David "Controlar los propios sentimientos"
SITUACIÓN:
David tiene 15 años y es el pequeño de tres hermanos. Hoy
ha vuelto de clase con bastante mal humor, cosa que por desgracia es bastante
habitual. Su madre, que lo conoce bien, intuye que ha vuelto a pelearse. Sabe
que su hijo tiene un carácter fuerte y le preocupa ver que con los años no
mejora, sino que parece seguir igual, o incluso peor. El chico es discutidor y
tiende a resolver sus diferencias de manera contundente. Enseguida "se
dispara" y acaba diciendo palabras fuertes –y a veces no sólo
palabras–, que producen conflictos, tanto en clase como en casa o con sus
amigos.
OBJETIVO:
Aprender a controlar los propios sentimientos.
MEDIOS:
Evitar los enfados, superar el resentimiento y aprender a perdonar y pedir perdón.
MOTIVACIÓN:
Su padre desea encontrar una ocasión favorable, en la que
David esté receptivo, para hablar de cómo el enfado y el resentimiento no
suelen arreglar los problemas sino agrandarlos.
HISTORIA:
David ha tenido esta semana varios enfados en clase. Tiene
poca paciencia y es cada vez más susceptible. Enseguida se pone nervioso y
acaba discutiendo. Como además ha crecido ya bastante y se siente físicamente
fuerte, tiende casi sin darse cuenta a querer imponerse de modo poco razonado.
Sus padres llevan tiempo preocupados, pero no saben bien qué
más decir a su hijo. "Estoy pensando –concluía su padre– que tendría
que hablar con él con un poco de calma. Veo que siempre hemos hablado de estas
cosas después de algún problema y estando David poco receptivo. Como este
viernes no tienen clase, voy a proponerle que me acompañe a la visita que tengo
que hacer a la fábrica. Como dice que quiere ser ingeniero, seguramente le
gustará".
RESULTADO:
Efectivamente, a David le hizo ilusión el plan. Durante el
trayecto, que fue casi de hora y media, hablaron mucho de cosas de ingeniería.
Su padre hizo un esfuerzo para explicarse bien y ser paciente. Se dio cuenta de
que cuando hablaba a su hijo como a una persona adulta, éste le contestaba como
una persona adulta. "Veo que este chico es más sensato y profundo de lo
que parece", pensaba para sí.
Ya de vuelta, su padre pensó que había ya un ambiente
adecuado para hablar con más confianza sobre el carácter de su hijo. Le
preguntó, con el mejor tono que supo. Intentó que David se explicara, y le
pidió que pusiera ejemplos concretos y expresara cómo eran sus sentimientos en
esos momentos. Tuvo que hacer un esfuerzo para no interrumpirle en algunos
puntos que juzgaba muy poco objetivos, pero pensó que en ese momento era mejor
no romper el hilo del desahogo.
David era bastante consciente de su problema, pero se veía
superado por el ímpetu de sus frecuentes sentimientos de desagrado, rabia,
rencor y tristeza. Además, luego se pasaba horas dándole vueltas en la cabeza
a los motivos por los que él tenía razón, y acababa más enfadado todavía.
Su padre le encontró receptivo, y pudo hablarle con calma de
cómo los enfados no suelen arreglar los problemas sino agravarlos; cómo con
ellos se sufre y se hace sufrir inútilmente; se dicen cosas de las que luego
uno se arrepiente enseguida; se producen heridas que tardan mucho en cicatrizar;
etc.
Todo iba muy bien, hasta que debió decir algo un poco más
fuerte, y entonces David saltó: "Tampoco te vayas a creer tú que no
tienes defectos, ¿o es que no te acuerdas de las veces que te has enfadado en
casa?".
El padre de David fue inteligente y supo encajar el golpe,
que por otra parte era bastante objetivo. "La verdad –pensó– es que
este chico tiene unos arranques bastante parecidos a los míos. Se ve que a tal
palo, tal astilla". Por un momento sintió que comenzaba a enfadarse, pero
enseguida se sobrepuso y vio que tenía que dar ejemplo a su hijo de no ser
susceptible. Aprovechó la ocasión para explicárselo: "Mira, David –le
dijo–, lo que me has dicho me ha producido una reacción primaria de enfado,
porque yo me parezco bastante a ti. Enseguida he advertido que enfadarme no iba
a arreglar nada, sino que más bien iba a estropear este rato de conversación
tranquila que hacía tiempo que no teníamos."
Siguió hablando. David le miraba con cara de asombro. Le
parecía que su padre le hablaba con más franqueza que nunca. Cuando además le
dijo que él también se iba a esforzar, aquello a David le sonó aún más a
nuevo.
Las cosas cambiaron mucho a raíz de aquella conversación,
pues quedó abierta la comunicación entre ambos, y en los meses siguientes
pudieron hablar con confianza de estos temas, descendiendo a detalles concretos,
y los dos lograron mejorar bastante.
Alfonso Aguiló. Con la
autorización de: www.interrogantes.net
2º paso. Trabajo en equipo para contestar a cinco cuestiones
a) ¿Qué le pasaba a David?
b) ¿En qué consiste la susceptibilidad?
c) ¿Cómo logró hablar el padre con el hijo?
d) ¿Qué enfrentamiento tuvieron el padre y el hijo?
e) ¿Conocemos otros chicos con este problema?
3º paso. Puesta en común del gran grupo
4º paso. Descanso de 15 minutos
5º paso. Estudio individual de la Nota técnica "Controlar los propios sentimientos"
Hemos recalcado bastante que conocerse bien a uno mismo es una capacidad básica
para poder después controlar nuestros sentimientos y así adecuarlos a la
situación en que nos encontramos. El dominio propio –que ha sido altamente
valorado desde los tiempos de Platón– nos permite afrontar los contratiempos
emocionales que la vida nos depara de continuo, y nos emancipa de la esclavitud
de las pasiones.
Aristóteles resaltó la importancia de alcanzar un
equilibrio que llevara a albergar los sentimientos más apropiados a cada
situación, es decir, los que estén más en consonancia con las circunstancias
de ese momento. Tan equivocado sería acallar las emociones (lo que conduciría
al embotamiento y la apatía), como su expresión desenfrenada (que degeneraría
con facilidad en arranques de ansiedad o angustia, agitación desmesurada,
arrebatos de cólera o estados depresivos).
La capacidad de tranquilizarse a uno mismo, de luchar contra
la ansiedad o las preocupaciones inoportunas, de superar la tristeza o la
susceptibilidad, son cualidades decisivas en la educación sentimental de una
persona, y decisivas para el resultado de su vida.
Quienes no han desarrollado de modo suficiente esas
capacidades tienen que batallar de continuo contra las tensiones desagradables
que producen esos sentimientos espontáneos, mientras que quienes han logrado un
nivel aceptable en el gobierno de esas emociones se recuperan en seguida de los
contratiempos que –inevitablemente– nos trae el acontecer diario de nuestra
vida.
LA ESPIRAL DE LA PREOCUPACIÓN
La preocupación es un fenómeno natural en todas las
personas, y sin duda muy útil para muchas cosas. El problema es que, sino se
mantiene dentro de unos límites razonables, puede desarrollarse hasta extremos
dañinos y hacer que la mente se obsesione y comience a dar vueltas y más
vueltas, una y otra vez, a una serie interminable de preocupaciones
concatenadas.
No es que la preocupación sea negativa de por sí. Como han
señalado Lizabeth Roemer y Thomas Borkovec, de la Universidad de Pennsylvania,
la preocupación resulta imprescindible para la reflexión constructiva, y sirve
para alertar ante un peligro potencial y facilitarnos la búsqueda de
soluciones. La preocupación es, por tanto, esencial para la supervivencia y la
dignidad del hombre.
Ruido de fondo emocional
Sin embargo, cuando la preocupación se hace crónica y
reiterativa, cuando se repite continuamente sin aportar ninguna solución
positiva, entonces produce un constante ruido de fondo emocional: parece no
proceder de ninguna parte, es incontrolable, genera un murmullo constante de
ansiedad, se muestra impermeable al razonamiento y encierra a la persona
preocupada en una actitud rígida en torno al asunto que le preocupa.
Cuando el círculo vicioso de la preocupación se intensifica
y persiste, ensombrece el hilo argumental de la mente y puede conducir, en los
casos más graves, a trastornos nerviosos de diverso género: fobias (cuando la
ansiedad se fija en una intensa aversión hacia situaciones o personas),
obsesiones (cuando se centra en impedir algún posible desastre o alcanzar un
objetivo), o crisis de pánico (ante un riesgo físico, o al tener que aparecer
en público, etc.).
Otros ejemplos típicos son los casos de personas aprensivas
(más o menos obsesionadas por su salud); de personas más o menos obsesionadas
por el orden o la limpieza, o por su imagen, o por su peso o su forma física; o
de personas que sufren insomnio como consecuencia de pensamientos intrusivos o
preocupaciones no bien abordadas; etc.
Velocidad de vértigo
Lo común a todas estas situaciones es la falta de control
sobre la espiral de la preocupación. Esa espiral suele comenzar por un relato
interno, que luego va saltando de un tema a otro, a una velocidad que puede
llegar a ser vertiginosa. Cuando la preocupación se hace crónica, esas
personas no pueden dejar de estar preocupadas y no consiguen relajarse. Y en
lugar de buscar una posible salida a ese ciclo de ideas reiterativas, se limitan
a dar vueltas y más vueltas en torno a ellas, profundizando así el surco del
pensamiento que les inquieta.
Esa especie de adicción mental se debe quizá a que mientras
la persona está inmersa en esos pensamientos recurrentes, escapa de su sensación
subjetiva de ansiedad: cede a la tentación de perderse en una interminable
secuencia de preocupaciones, en las que se refugia, y que le envuelven en una
especie de neblina que le narcotiza. El hecho es que esa especie de adicción se
produce si no logra salir del círculo vicioso en el que la preocupación tiende
a introducirnos.
También aquí es importante conocerse bien a uno mismo, para
detectar el fenómeno y cortar con esa tendencia desde sus inicios.
Cuando una persona se encuentra metida de lleno en esa
espiral de la preocupación, ha de procurar adoptar una actitud crítica hacia
lo que constituye el origen de su preocupación, y preguntarse básicamente tres
cosas:
·
¿Cuál es la probabilidad real de que eso suceda?
·
¿Qué es razonable que haga yo para evitarlo?
Alfonso Aguiló. Con la
autorización de: www.interrogantes.net
6º paso. Trabajo en equipo para contestar a cinco cuestiones
a) ¿Qué pensaba Aristóteles?
b) ¿En qué consiste la espiral de la preocupación?
c) ¿En qué puede desembocar el exceso de preocupación?
d) ¿Qué tres cosas debe preguntarse el preocupado?
e)
¿Cómo ayudar a los hijos preocupados?
7º
paso. Puesta en común del gran grupo
®Arturo Ramo García.-Registro de Propiedad Intelectual
de Teruel nº 141, de 29-IX-1999
Plaza Playa de Aro, 3, 1º DO 44002-TERUEL (España)