34. Orden sacerdotal |
1. El sacramento del Orden
El Orden sacerdotal es el sacramento por el cual algunos cristianos son elevados a la dignidad de ministros de Dios.
Para satisfacer las necesidades de la Iglesia y de la sociedad civil, Jesucristo instituyó el Orden sacerdotal y el Matrimonio, ordenados a la salvación de los demás. Se les conoce como sacramentos al servicio de la comunidad.
Los obispos y presbíteros reciben el sacerdocio ministerial, que les capacita para actuar en la persona de Cristo, Cabeza de la Iglesia. Pero todos los fieles participan del sacerdocio de Cristo por el sacerdocio común de los fieles.
El Orden sacerdotal lo instituyó Jesucristo en la última Cena cuando mandó a los Apóstoles y a sus sucesores que renovasen en al Misa el sacrificio de la cruz. Les dijo: "Haced esto en memoria mía." (Lucas 22,19). El día de la Resurrección les confirió el poder de perdonar los pecados.
Este sacramento consta de tres grados: Obispos, Presbíteros y Diáconos. Los diáconos están destinados a ayudar a los obispos y sacerdotes.
2. Los efectos del Orden sacerdotal
- Aumento de la gracia santificante.
- Las gracias sacramentales para desempeñar dignamente las funciones sagradas.
- Los poderes especiales de cada orden.
- Imprime carácter imborrable. El Orden, una vez recibido, no se pierde nunca. El sacerdote será siempre sacerdote.
Este sacramento sólo pueden recibirlo los varones bautizados que reúnan las debidas condiciones.
Las principales funciones del sacerdote son:
- Celebrar la Santa Misa.
- Administrar los sacramentos. El sacerdote acompaña a los cristianos ayudándoles en su vida cristiana desde el nacimiento hasta la muerte: bautizando, confesando, dando la comunión, etc.
- Predicar la Palabra de Dios. El sacerdote dice la homilía en la Misa, da la catequesis a los niños y forma a los fieles con meditaciones y charlas.
La misión del sacerdote es guiar al pueblo cristiano hacia la santidad y dirigir al Señor la oración oficial de la Iglesia, rezando diariamente el Oficio Divino.
Los padres han de dejar a los hijos en plena libertad para seguir la vocación, si Dios les llamase, al sacerdocio. Los fieles han de rezar para que Dios conceda a la Iglesia sabios y santos sacerdotes.