Protocolo de Doñana |
Por Don Samuel Valero Lorenzo
Pinto, el perro dálmata que tengo, lleva una temporada que ladra y aúlla de una manera y con una frecuencia inusitadas. Los párpados rosados, que dan a los de su raza la apariencia de tener tiernos los ojos, se le están enrojeciendo. Lo he llevado al veterinario, y lo ha encontrado normal.
Ya en casa, lo he acariciado, y, en respuesta a mi preocupación, se ha echado a mis pies, y me ha contado que los animales se comunican entre ellos, se entienden, y hasta pueden tomar acuerdos.
- ¿A qué acuerdos podrán llegar los animales?. -he preguntado con ironía creyendo que no me entendía. Pero él, alargando el cuello y apoyando sus mandíbulas en mi rodilla, ha empezado a responderme, sin apartar sus ojos de los míos:
- Todo empezó con los linces del coto de Doñana. Al observar que buscaban aparearse exclusivamente ellos con ellos y ellas con ellas, los demás animales pretendimos hacerles ver que estaban poniendo a su especie en peligro de extinción. Estando en este empeño, algunos perros y gatos, por compartir amistad con los humanos, también han empezado a hacer lo mismo que los linces. Esta noticia ha encendido la chispa de la discusión entre todos nosotros los animales. Por un bando, los animales que llamamos salvajes: se oponen, apelando al Estatuto del Instinto Procreador. Por el otro, están los domésticos que, por mimetismo con los humanos, algunos defienden y practican la conducta de los linces. Y en esta pelea estamos.
A Pinto se le cerraban los ojos, no sé si de cansancio o de pena. Lo ha llamado uno de mis niños y ha salido corriendo a jugar con él. Cuando el niño se ha cansado, lo ha dejado solo en el jardín. Pinto ha ladrado algo y se ha echado sobre el césped. No ha tardado en llegar su amigo, un perro callejero, síntesis de todas las razas. Se han acercado a la verja del jardín, y, uno desde dentro y el otro desde fuera, se han puesto a dialogar con movimientos de sus colas, de sus orejas y con saltos. Pinto y el chucho callejero se han dicho:
- La verdad es que en nuestras disputas, orquestadas con gran bulla, se dicen muchas tonterías. Los linces defienden su derecho, apelando y alardeando de su proverbial vista. Los gallos cantan y dicen, estirando los cuellos, que para orgullosos ellos y sus crestas rojas; las gallinas lo reconocen, y responden que para poner huevos hueros no los necesitan. Los toros andan posando como si cada uno fuera el Toro de Osborne; las vacas se les ríen y los dejan con los cuernos puestos. Los cerdos, entre arrumacos, alardean de ser más guarros que las cerdas; y éstas están de acuerdo en todo. Los caballos y las yeguas presumen de sus crines. Los carneros y las ovejas dicen que son rebaño y harán lo que haga la mayoría. Los perros y los gatos presumen de intimidad con los humanos, y, mientras unos dudan, otros aspiran a maridar con sus dueños.
- Tú sabes que los perros callejeros nos oponemos. Pero parece ser que, en medio de tantos mugidos, aullidos, gruñidos, balidos, relinchos, cacareos y cantos de los gallos, están llegando a conclusiones. El último mensaje dice que a los linces les gustan los cachorros mimosos y exigen tener alguno a su lado. Algunos se han adherido con entusiasmo, y piden que todo esto se incluya como acuerdo del Protocolo. Pero si no hay quien críe, no habrá cachorros.
El perro sin amo le ha contado otras muchas cosas y se ha despedido.
Pinto, solo en el jardín, ha estado un buen rato ladrando con intervalos y aullando al aire. Luego ha entrado en casa a mendigar mis halagos. Se ha sentado sobre las patas traseras y, mirándome con las orejas caídas, me ha contado:
- Acaba de llegar a mis oídos un informe: se trata del Protocolo de Doñana. Te dicto sus puntos:
1.- Los animales y los humanos (lo dicen estos) somos iguales: todos hemos nacido; todos comemos para poder vivir; todos morimos o nos matamos; todos, hasta ahora, hemos sido macho o hembra, y todos hemos venido a la vida por la intervención de estos dos sexos.
2.- Reconocemos que los humanos tienen una chispa más de inteligencia que los animales; por esto los tememos y nos someten. Ellos, con su inteligencia que llaman progreso, han llegado a la superación de la ley natural de los dos sexos, que es la ley con que se nace, concediendo derecho de matrimoniar a varones con varones y a mujeres con mujeres: lo que ellos llaman homosexuales y lesbianas.
3.- Exigimos que en esto, dado nuestro proceso evolutivo, tengamos el mismo derecho que la especie humana: toros con toros y vacas con vacas, ovejas con ovejas y carneros con carneros, cerdos con cerdos y cerdas con cerdas, gallos con gallos y gallinas con gallinas.
4.- Queda abierto el debate para acordar que, de ahora en adelante, la ley natural de machos y hembras, que ha sido la fuente única de nuevos seres, sea modificada, conforme a lo dicho en el punto anterior, introduciendo los cambios oportunas en el Estatuto del Instinto Procreador
Todo esto es lo que me ha recitado Pinto. Se le notaba agotado, y ha optado por retirarse a dormir a su garita en el jardín. Repuestas las fuerzas, después de ladrar un rato, ha acudido a mí. He intentado entrar en conversación con él, y le he dicho que, si prospera este plan, toda la cabaña ibérica, junto con las granjas de cerdos y de gallinas, está avocada a su extinción en pocos años.
- ¡La cabaña ibérica, la fauna y la especie humana! Si es un derecho universal y todos quieren usar de ese derecho, desaparecerán.
- Los hombres no pueden arrogarse tal derecho.
- Eso pienso yo. Pero si vosotros, que sois los inteligentes, os empeñáis en negar la propia naturaleza, tendréis que aceptar que nosotros neguemos también la nuestra, pues, en esto de los sexos, animales y humanos nos regimos por la misma ley. Los humanos sois así. Nos estudiáis, nos clasificáis y fijáis nuestra naturaleza; pero, a la hora de saber qué sois vosotros, entráis en confusión y en la arbitrariedad, sin norte ni brújula.
He pensado que tenía razón, pues los humanos, por regular la convivencia democrática, nos hemos despojado de nuestra naturaleza, y quedamos reducidos a un mero consenso o más bien en una interminable polémica; pero le he dicho:
- Somos animales racionales y libres.
- Me conformaría con que entendierais y vivierais según la naturaleza de vuestra animalidad. Todo lo queréis arreglar con leyes que, a veces, no son más que antojos de una racionalidad carente de fundamentos previos. Nosotros, en cambio, tenemos normas fijas e inmutables, grabadas en el Estatuto del Instinto Procreador, al servicio de las especies y no de los individuos.
-A eso, los hombres lo llamamos matrimonio. La atracción y unión entre varón y mujer ya existía antes de que los hombres se dictaran leyes. La ley vino a regular esta realidad y la plasmó en la institución matrimonial, principalmente, para proteger su bien primordial que son los hijos, sin los cuales no existiría la sociedad. Como puedes ver, es como vuestro Estatuto del Instinto Procreador.
Pinto, que parecía dormido, ha abierto un de sus ojos tiernos, y me ha increpado:
- ¿Quieres decir que es falsa la noticia que te di?
- Tristemente no es falsa; y te explico. Para pertenecer a una institución, son necesarios unos requisitos previos. Por ejemplo, nadie puede pertenecer al Congreso de Diputados de las Cortes españolas,. si no posee el requisito previo de habar sido votado en unas elecciones. La institución matrimonial también exige unos requisitos: capacidad de realizar los actos propios de la procreación, y este requisito sólo se da en la unión de una mujer con un varón. Varones solos y mujeres solas podrán tener derecho a asociarse y usar la sexualidad como quieran, pero carecen de derecho a exigir que lo suyo sea matrimonio, porque tales parejas son incapaces de realizar los actos naturales y propios para engendrar. Legislar contra la naturaleza del matrimonio equivale a destruirlo, y, aunque se apruebe por mayoría, es ley nula en sí misma y, antes o después, será nociva y catastrófica. Una curiosidad evocada por el ejemplo de las Cortes. Para que no haya discriminación, se empeñan en imponer el mismo número de mujeres que de hombres en las listas electorales y en el Gobierno de la nación; y a la única institución con proporcionalidad perfecta de hombre y mujer, de uno y una, le quieren eliminar su natural paridad, creando por ley el matrimonio de solo hombres y de solo mujeres. ¿Por qué será?
Pinto se ha levantado, se ha estirado bostezando y me ha dicho:
- Felizmente, entre nosotros son mayoría los que se rigen por el Estatuto del Instinto Procreador. Para vosotros, que curiosamente queréis ser los únicos seres del universo que carecen de la verdad y la niegan, todo vale. Pero la verdad existe, inserta en la naturaleza de los seres, previa a las leyes y a la bulla de los votos.
Ha hablado esto, ha salido al jardín, y, después de ladrar con insistencia y de responder un gallo, ha vuelto para decirme:
- Puedes estar tranquilo: la naturaleza es más poderosa que las leyes.
Hay momentos en los que uno piensa que los racionales son ellos, los animales.
Teruel, 29 de Julio de 2005.
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