La conciencia moral

39. La conciencia moral

     De poco habría servido el haber grabado Dios en la naturaleza humana la ley moral, que dirige y salvaguarda la libertad, si al mismo tiempo no le hubiera dado una capacidad connatural de conocerla; de modo que los imperativos morales realmente orientan la conducta del hombre hacia Dios, que es el autor de la ley. Pero la Providencia no falla y, como enseña la Constitución Pastoral Gaudium et spes del Concilio Vaticano II,

    "en lo profundo de sus conciencia el hombre descubre una ley que él no se da a sí mismo, sino a la que debe obedecer y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, llamándole siempre a amar y a hacer el bien y a evitar el mal: haz esto, evita aquello. Porque el hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón, en cuya obediencia está la dignidad humana y por la cual será juzgado. La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que está solo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella" (n. 16).

1. Qué es la conciencia

   La conciencia es la voz interior que manifiesta al hombre la bondad o malicia de una acción, para que haga el bien y evite el mal; es el juicio de la razón por el que la persona humana reconoce la cualidad moral de un acto concreto que piensa hacer, está haciendo o ha hecho.

    La conciencia resuena y avisa, y si se ha hecho algo que la conciencia reprueba, remuerde; si se ha obrado bien, muestra su aprobación y alabanza.

2. Diversos estados de la conciencia

   Para poder orientarnos debidamente en el uso de la libertad y conforme al dictamen de la conciencia, que nos muestra la norma, es útil conocer los diversos estados de la conciencia. En relación con el asentimiento por parte del sujeto hay:

    a) Conciencia cierta. Es aquella que, al discernir la moralidad del acto,  tiene la seguridad de que es tal y como la conciencia le dicta; es un asentimiento firme.

    b) Conciencia dudosa. Es la que conoce el juicio moral con el temor de que sea de otra manera -sin asentimiento firme, por tanto-, o incluso no existe el asentimiento por quedar el juicio moral en suspenso.

    En atención al objeto y su conformidad con la norma moral hay:

    a) Conciencia recta o verdadera. Es cuando el juicio moral se ajusta a la norma objetiva, de modo que la acción aquella es realmente buena o mala, como se nos dicta.

    b) Conciencia errónea. Es cuando el juicio moral no se ajusta a la norma, sino que lo que se dicta como bueno es malo, o lo que se indica como malo es bueno; este juicio naturalmente procede del error.

3. Hay que actuar siempre con conciencia cierta

   La vocación del hombre es cumplir la voluntad de Dios, que se nos indica por la conciencia; pero no siempre se conoce -en un momento concreto- cuál es la voluntad de Dios. En el caso de no estar seguros, nos exponemos a obrar en contra de lo que Dios quiere, y cuestionamos nuestro destino arriesgándonos a pecar. Por eso hay que obrar siempre con conciencia cierta.

    Cuando la conciencia cierta se apoya en la rectitud o verdad del juicio moral, no ofrece dificultad alguna y se comprende que debe ser así. Pero, ¿y si la certeza se basa en el error? Si el error es invencible, hay que seguir la conciencia cierta y la acción es subjetivamente buena, aunque no se ajuste a la norma, porque es lo que dicta la conciencia  y la voluntad quiere el bien, sin que tenga otra salida por ser invencible. Cuando el error es vencible, hay mala voluntad y no se puede hablar de conciencia  cierta como norma de conducta. Lo que se debe hacer es salir del error vencible.

4. La formación de la conciencia

   Esto explica la necesidad -y la obligación- que tiene el hombre de formar su conciencia para saber cuál es la voluntad de Dios, a la que ha de ajustarse el comportamiento moral. Porque la conciencia se nos ha dado para conocer la norma y cumplirla, como contrafuerte de la libertad, no para obrar mal. Los medios para formar la conciencia son:

    a) Conocer la doctrina cristiana, donde se enseñan los misterios de la fe, junto con las exigencias morales que reclama la condición de criaturas de Dios, y, en el caso de los cristianos, la condición de hijos adoptivos y discípulos de Jesucristo. En este sentido viene muy bien estar atentos a lo que dicen los Pastores de la Iglesia: el Papa, los Obispos y los sacerdotes.

    b) No actuar precipitadamente, sino pensar con serenidad la determinación que se va a tomar, para que el juicio de la conciencia  sea recto y verdadero, y además seguro, es decir, cierto, como pide una buena conciencia  que transmite la ley de Dios.

    Para eso ayuda mucho hacer cada día un breve examen de conciencia, viendo cómo hemos actuado durante la jornada.

    c) Pedir consejo. Hay que saber preguntar a las personas que nos pueden ayudar, como son los padres, el sacerdote, el catequista, el profesor o un buen amigo.

    d) La dirección espiritual con el sacerdote es sin duda un medio excelente -por no decir el mejor- donde se concreta de forma personalizada la formación de la conciencia, a fin de que esté siempre orientada hacia el bien.

5. Importancia de la formación de la conciencia

   Pocas personas son conscientes de la importancia de su formación y con frecuencia orientan los requerimientos morales a sortear peligros o a no escandalizar, manteniéndose en un cierto anonimato. Pero la responsabilidad humana es mucho más: la de los padres, la de las autoridades, la del profesor y los formadores, la del sacerdote... El hombre es un animal social, decía Aristóteles, y es responsable de su propia conducta y de la influencia -positiva o negativa- en la conducta de los demás. En sentido negativo, Jesucristo advierte de la gravedad del escándalo; en sentido positivo, recuerda que ha venido para que los hombres "tengan vida y la tengan en abundancia".

6. Reglas para decidir siempre en conciencia conciencia

   Normalmente, cuidando la formación de la conciencia  no será difícil conocer y hacer el bien; y cuando sobreviene alguna dificultad, la actitud interior de buscar con empeño el discernimiento de la voluntad de Dios, facilitará la solución. Son útiles estas reglas:

    - Nunca se puede hacer el mal para obtener un bien.

    - Tratar a los demás como queremos que nos traten a nosotros.

    - Actuar siempre respetando al prójimo y su conciencia.


Curso de Catequesis. Don Jaime Pujol Balcells y Don Jesús Sancho Bielsa. EUNSA. Con la autorización de Don Jesús Sancho





 

    SUGERENCIAS METODOLÓGICAS
 

    1. Objetivo. Hacer un breve examen de conciencia por la noche, antes de acostarse, para ver si hemos actuado cara a Dios.
 

    2. Actividades.-Formar equipos de 4 ó 5 chicos y contestar a estas preguntas:
 

        a) ¿Qué es la conciencia?

        b) Explica los cuatro estados de la conciencia.

        c) ¿Qué es error vencible y el invencible?

        d) ¿Cómo podemos formar la conciencia?

        e) Escribe las reglas para decidir siempre en conciencia.
 

    3. Puesta en común. Los secretarios de los equipos leen las contestaciones.


    4. Propósito de vida cristiana. Pensar si estamos actuando con conciencia cierta, y a la vez con conciencia recta o verdadera.


    CATECISMO

1. ¿Qué es la conciencia moral? 

- La conciencia moral es la voz interior que manifiesta al hombre la bondad o malicia de una acción, para que haga el bien y evite el mal.

2. ¿Y el hombre, debe seguir su conciencia?

- El hombre tiene obligación de formarse una conciencia recta y verdadera, y debe seguir siempre la conciencia cierta.


    ORACIÓN

 Breve examen de conciencia

-¿Cuánto tiempo hace que no me confieso?

-¿Hice bien mis confesiones anteriores o callé  algún pecado mortal por vergüenza?

-¿He rezado con atención al levantarme y al acostarme?

-¿He faltado a Misa en domingo y fiesta de guardar?  ¿Me he distraído voluntariamente en ella?

-¿He dejado de comulgar por desgana?

-¿He visitado al Señor todos los días?

-¿He pronunciado palabras contra Dios, la Virgen María, la Iglesia o los Santos?

-¿He desobedecido a mis padres?  ¿Les he insultado o me he burlado de ellos?

-¿He dañado a otras personas hablando mal de  ellas, insultándoles o peleándome, etc.?

-¿Soy generoso con los demás dejándoles mis  cosas, ayudándoles en el estudio o en los juegos?

-¿He reñido con mis hermanos o compañeros?

-¿He quitado lo que no era mío?  ¿He devuelto lo que me han deja do?  ¿He hecho trampas en el juego?

-¿He dicho siempre la verdad?

-¿He sido envidioso?

-¿Aprovecho el tiempo y me esfuerzo en mi estudio o en mi trabajo?

-¿He pensado o hablado cosas impuras? ¿He mirado cosas sucias dándome cuenta?

-¿He hecho cosas impuras?

-¿He luchado en seguir los consejos de mis padres o del sacerdote para mejorar en mi vida espiritual?

-¿Me he esforzado por cumplir el propósito de enmienda de la confesión anterior?

    Después, ten dolor de los pecados.  Es sentir pena por haber ofendido a Dios; Él es nuestro Padre, nos ama y no se merece que le ofendamos.  Tener dolor de los pecados es muy importante, ya que si no nos arrepentimos de ellos, no se nos perdonan aunque nos confesemos.  Para manifestar ese pesar puedes decirle a Jesús esta jaculatoria: “Señor, me duele haberte ofendido con estos pecados”.  Cuanto más grande sea tu arrepentimiento, más tiempo de purgatorio se te perdona en la confesión.

    Por último, debes hacer el propósito de la enmienda.  Consiste en tener deseos de mejorar y de poner los medios para conseguirlo: evitar las ocasiones de pecado; comulgar y confesar con frecuencia; pedir al Señor y a la Virgen que te ayuden a vencer las tentaciones.

    Para concretar el propósito de enmienda es importante que, antes de confesarte, elijas una de tus faltas.  Lucha luego, durante la semana, para mejorar en ella.


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