Dones del Espíritu Santo
Los Dones Espirituales o Dones del Espíritu Santo son ministerios, operaciones o manifestaciones dadas por el Espíritu de Dios a sus servidores. Se cuentan entre estos dones: palabra de sabiduría, ciencia, fe, dones de sanidades, don de hacer milagros, don de profecía, discernimiento de espíritus, diversos géneros de lenguas, interpretación de lenguas, etc.[1]
Según la Doctrina de la Iglesia católica, los dones del Espíritu Santo son medios que no perecen, proporcionados por el Espíritu Santo, tercera persona de la Santísima Trinidad, de los cuales el creyente obtiene de Dios las gracias y carismas necesarios para sobrellevar la vida terrenal con santidad. Estos dones son permanentes y ayudan al hombre a ser más dócil para seguir los impulsos del Espíritu Santo y ayudan a conseguir la perfección de las virtudes de las personas que los reciben o, al menos, a dirigirse hacia ella.[2] Tales dones son siete: entendimiento o inteligencia, sabiduría, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios.[3]
Definiciones
Don de sabiduría
El don de sabiduría es la disposición de la razón especulativa para juzgar rectamente de las cosas divinas y de religión. ¿Cuáles son estas? Los diez mandamientos del monte Sinaí, la Escritura sagrada, las enseñanzas divinas transmitidas por la Tradición oral y por la costumbre de la Iglesia, la necesidad de ingresar en la Iglesia que Jesucristo fundó por medio del bautismo de agua para alcanzar la vida eterna, los siete sacramentos...
De los siete dones divinos es la sabiduría el más digno ya que no solo se refiere a las cosas santas de la religión (como el don de entendimiento) sino que conjuga la contemplación y la acción. El don de entendimiento permite contemplar las verdades de la religión y el don de la sabiduría juzgar de ellas para adecuar la vida a dichas verdades. Ahora bien, es más perfecto juzgar que contemplar pues el juicio —como la vida mixta, en parte activa y en parte contemplativa— es teórico-práctico y esto es más digno que lo meramente sabido y que lo meramente practicado.
Para alcanzar este don la Sagrada Escritura enseña: «Initium sapientiæ timor Domini» (el comienzo de la sabiduría es el temor de Dios) (Salmo 110, 10). Es decir, que si en lugar de temer a Dios y cumplir su voluntad el hombre se rebela contra Él verá su mente desistida por el Espíritu Santo y acabará abrazando todo tipo de errores quedando incapacitado para a alcanzar la verdad, estado llamado de "necedad" del que solo cabe salir gracias a un milagro moral.
El sabio se somete al orden que Dios ha instituido y halla la felicidad eterna. El sabio es el auténtico hijo de Dios porque se asemeja a Dios tanto en el aspecto teórico (juzga según Dios) como práctico (obra según Dios).
Don de entendimiento
El don de entendimiento es la disposición de la razón especulativa para entender (aunque de manera más imperfecta que los bienaventurados en la gloria) las verdades divinas y derivadas (un Dios en tres personas, la encarnación de la segunda persona divina, la redención de los hombres, la mediación universal de María ante su hijo Jesucristo...) y todas las demás verdades de la religión (una sola Iglesia, mandamientos, sacramentos...). Esta intelección de los misterios nunca llega a tan alto grado que retire el velo que los oculta y, por esto, persiste la necesidad de asentir a tales verdades con el acto de fe.
Don de consejo
El don de consejo es la disposición de la razón práctica para acomodar el propio actuar a la moción sobrenatural divina en orden a qué hacer, cómo y cuándo. El hombre aconsejado por el Espíritu Santo aparca toda indecisión, precipitación e indiscreción en sus obras y palabras. Cierto es que la razón práctica es ya guiada por el hábito o virtud de la prudencia pero hay momentos singulares en que los pros y los contras de tomar una decisión en uno u otro sentido están tan igualados que nuestra razón no puede garantizar el acierto si no interviene Dios directamente. En casos así, como la elección de cónyuge o la vocación sacerdotal o religiosa o alguna otra decisión fundamental de la vida no extrañe que el Espíritu Santo mueva directamente la mente del cristiano para decidirlo en uno u otro sentido. Y esta intervención divina no suprime la libertad humana en cuanto el cristiano en gracia se deja guiar dócilmente.
Don de fortaleza
El don de fortaleza es la disposición de la voluntad para afrontar con valor la lucha contra Satanás y contra el mundo, ambos tentadores y burlones. Esta lucha consiste a veces en mantenerse firmes ante la persecución como hizo san Pablo por amor a Jesucristo, Dios y hombre verdadero. Pablo declara: «Recibí de los judíos cinco veces cuarenta azotes menos uno; tres veces fui azotado con varas, una vez apedreado» (II Cor. 11, 24-25). Mediante este don el Espíritu Santo mueve la voluntad de los mártires a soportar con paciencia suprema cualquier tormento hasta la muerte. Y en otro orden de cosas fortalece la voluntad del cristiano para no sucumbir a la desesperación en los momentos críticos de la vida.
Don de ciencia
El don de ciencia es la disposición de la razón práctica para juzgar las cosas creadas (uno mismo y los demás, sentido de la vida presente y sentido de la vida futura) según la mirada divina. Entender el fin de cada cosa creada y el orden entre ellas (la potestad paterna, la fidelidad a la Patria, el sentido del matrimonio vitalicio...) es necesario para perseverar en el buen camino hasta la muerte y alcanzar la salvación eterna. El don de ciencia es un muro contra la visión engañosa de la realidad que presentan Satán y el mundo embaucador.
Don de piedad
El don de piedad es la disposición de la voluntad para seguir prontamente la moción divina que la conduce a dar culto a Dios como Padre nuestro. Por extensión tiende a obrar reverencia con cuantos están constituidos en potestad: hijos respecto de padres, seglares respecto de sacerdotes, estos respecto de su obispo, súbditos respecto del rey y sus vicarios. Gran parte de los actos del hombre están reglados y es necesario que este obedezca con prontitud a aquellos en quienes se halla un destello de la paternidad divina como son los superiores. Ahora bien, no todo queda cumplido con la obediencia y reverencia puesto que, por ejemplo, en el caso de los padres ancianos o enfermos tienen sus hijos la obligación añadida de ayudarlos en lo necesario en la medida de sus posibilidades.
Don de temor de Dios
El don de temor de Dios es la disposición de la voluntad para dejarse guiar por la moción divina actual que aparte al cristiano inmediatamente de la tentación. Quien se deja guiar por el temor de Dios huye instantáneamente, como por un cuasi-instinto, de la tentación carnal y de la mala compañía como si fueran fuego abrasador. Tal hizo el patriarca José cuando en Egipto se apartó de la esposa adúltera de su señor (Gén. 39, 7-12). En efecto, hay momentos en los que la decisión debe ser inmediata y el hombre no tiene tiempo para discurrir qué hacer aunque tenga en sí el hábito de la templanza. En estos casos, el Espíritu Santo interviene moviendo directamente la voluntad del cristiano puesto a prueba.
Este don es llamado así porque el que lo posee no teme a nada ni a nadie salvo a Dios todopoderoso, que da la vida y la quita y tras la muerte salva o condena eternamente. Jesucristo advierte: «Y no temáis a quienes matan el cuerpo pero no pueden matar el alma. Antes bien, temed a Quien puede arruinar tanto el cuerpo como el alma en el infierno» (Mt. 10, 28).
Para alcanzar la sabiduría —el don más excelente— es necesario primeramente temer a Dios. A su vez el temor de Dios lo alcanzan únicamente los humildes, no los engreídos. Y ambas aserciones las encontramos en la Escritura sagrada: «El temor de Yahveh es escuela de sabiduría y la humildad precede a la gloria» (Prov. 15, 33).
Espíritu Santo
En la teología cristiana, el Espíritu Santo —o equivalentes como son, entre otros, Espíritu de Dios, Espíritu de verdad o Paráclito: acción o presencia de Dios, del griego παράκλητον parákleton: ‘aquel que es invocado’, del latín Spiritus Sanctus: Espíritu Santo— es una expresión bíblica que se refiere a una compleja noción teológica a través de la cual se describe una "realidad espiritual" suprema, que ha sufrido múltiples interpretaciones en las diferentes confesiones cristianas y escuelas teológicas.[4]
En las religiones anteriores al cristianismo
En el libro del profeta Isaías puede leerse:
Brotará del tronco de Jesé un retoño, y retoñará de sus raíces un vástago. Sobre quien reposará el espíritu de Yahveh, espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de entendimiento y de temor de Yahveh. Y pronunciará sus decretos en el temor de YahvehIs 11, 1-2
Teólogos como Juan de Santo Tomas subrayan ampliamente el hecho de que el conocimiento de estos dones es siempre revelado y no puede ser fruto de la reflexión: de ahí que los filósofos anteriores al cristianismo no conocieran su existencia. El texto es marcadamente mesiánico y su aplicación como dones que son dados a todos los cristianos se debe a la reflexión posterior de los Padres de la Iglesia a partir de otros textos bíblicos.[5] Aquí Isaías se refiere a Quien es Jesús, y profetiza su venida.
En el cristianismo
En el Antiguo Testamento
En el Antiguo testamento hay numerosos pasajes referidos al Espíritu Santo: En el Génesis,[6] en el Éxodo,[7] en el Libro de los Números,[8] en el Deuteronomio[9] También hay pasajes referidos al Espíritu Santo o espíritu de Dios en el Libro de Judit, en el Libro de los Salmos hay numerosas referencias, en el de la Sabiduría también, en el Eclesiástico, en el de Isaías o en el de Miqueas.
En el Nuevo Testamento
En el Nuevo Testamento hay numerosas referencias a los dones del Espíritu Santo entre las cuales destacan como más principales las siguientes: Evangelio según San Lucas[10] cuando Jesús dice a sus discípulos que no se preocupen por lo que han de decir si lo apresan pues ...El Espíritu Santo os enseñará en aquella hora qué es lo que hay que decir.; también en este mismo Evangelio;[11] en el Evangelio de Juan cuando Jesucristo les dice que «el viento sopla donde quiere y oyes su voz... Así es todo el que ha nacido del Espíritu».[12] y también, en el mismo Evangelio cuando Jesús dice «...y yo rogaré al Padre y os dará otro Paráclito para que esté con vosotros siempre: es el Espíritu de la verdad...» .[13] Se repiten estas ideas en los Hechos de los Apóstoles de forma contundente y se ha dicho entre los teólogos que el libro de los Hechos de los Apóstoles podría llamarse «Evangelio del Espíritu Santo» ya que este nombre aparece en casi todas sus páginas.[14]
Con motivo de un discurso de San Pedro aparece repetidamente la figura del Espíritu Santo.;[15] en la epístola de San Pablo a los Romanos, en la que dedica el capítulo ocho completo a «La vida del Espíritu», les dice que «...la ley del Espíritu de la vida que está en Cristo Jesús te ha liberado del pecado y de la muerte...»; «...para que la justicia se cumpliese en nosotros, que no caminamos según la carne sino según el Espíritu», «los que viven según la carne sienten las cosas de la carne, en cambio los que viven según el Espíritu sienten las cosas del Espíritu.», «Porque si vivís según la carne, moriréis; pero, si con el Espíritu hacéis morir las obras del cuerpo, viviréis»;[16] a los corintios les dice en la primera carta que les escribió: «A nosotros, en cambio, Dios nos lo reveló por medio del Espíritu, porque el Espíritu todo lo escudriña, incluso las profundidades de Dios»[17] y una buena parte del capítulo doce lo dedica a explicarles la diversidad de los dones espirituales.[18] También el apóstol San Juan en su escrito del Apocalipsis cita numerosas veces al Espíritu Santo,,,;[19][20][21][22] y bastantes más pasajes que son un pequeño resumen de la tradición de la Iglesia, aun cuando el único texto específico y fundamental es el mencionado de Isaías.
Ahora bien, el texto masorético, que es la versión hebraica de la Biblia usada oficialmente entre los judíos, no cuenta siete sino seis —no menciona el espíritu de piedad— los dones del Espíritu Santo, lo cual ha dado pie a discusiones entre los teólogos —que asumen que son siete dado el carácter simbólico de este número— y los exegetas que consideran el texto una simple enumeración de las cualidades de gobierno del Mesías. Tomás de Aquino dedicó un artículo en su Suma teológica a defender que son siete.[23]
Lista de dones del Espíritu Santo
En el Antiguo Testamento/Pacto
En el profeta Isaías se lee:
Pero del tronco de Isaí saldrá un retoño,Un vástago retoñará de sus raíces, Y el Espíritu de YHVH (Yahvé) reposará sobre él: Espíritu de sabiduría e inteligencia, Espíritu de consejo y fortaleza, Espíritu de conocimiento y reverencia,
El Espíritu de temor de YHVH lo llenará.Isaías 11.1-3
En el Nuevo Testamento/Pacto
El apóstol Pablo hace mención de los dones espirituales en sus epístolas. Da las siguientes listas:
Porque a uno, por el Espíritu, le es dada palabra de sabiduría; a otro, palabra de conocimiento, según el mismo Espíritu; a diferente, fe por el mismo Espíritu; y a diferente, dones de sanidades, por el único Espíritu; a diferente, poderes milagrosos; a diferente, profecía; a diferente, discernimiento de espíritus; a diferente, distintas lenguas.1 Corintios 12.8-10
De manera que teniendo diferentes dones, según la gracia que nos fue dada, si es de profecía, según la analogía de la fe; si el de servicio, en el servicio; el que enseña, en la enseñanza, el que exhorta, en la exhortación; el que comparte, con generosidad; el que cuida de los demás, con dedicación; el que hace misericordia, con alegría.Romanos 12.6-8
Y Él dio: a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, ...Efesios 4.11
Viene al caso también la corta, pero a la vez variada, mención de carismas en 1 Corintios 12.28:
Y a unos, en efecto, puso DIOS en la iglesia, primero apóstoles, segundo profetas, tercero maestros, después poderes, después dones de sanaciones, dotes para ayudar, dotes pada administrar, diversidad de lenguas.
En el magisterio de la Iglesia
En el sínodo de Roma del año 382, bajo la presidencia del Papa Dámaso I se trató de los dones en los siguientes términos:
Se dijo: Ante todo hay que tratar del Espíritu septiforme que descansa en Cristo. Espíritu de sabiduría: Cristo virtud de Dios y sabiduría de Dios (1Co 1, 24). Espíritu de entendimiento: Te daré entendimiento y te instruiré en el camino por donde andarás (Sal 31, 8). Espíritu de consejo: Y se llamará su nombre ángel del gran consejo (Is 9, 6[24]). Espíritu de fortaleza: Virtud o fuerza de Dios y sabiduría de Dios (1Co 1, 24). Espíritu de ciencia: Por la eminencia de la ciencia de Cristo Jesús (Ef 3, 19). Espíritu de verdad: Yo soy el camino, la vida y la verdad (Jn 14, 6). Espíritu de temor (de Dios): El temor del Señor es principio de la sabiduría (Sal 110, 10)DS 83
El Papa León XIII en la encíclica Divinum illud munus, publicada en 1897, declaraba lo siguiente:[25]
El justo que vive de la vida de la gracia y que opera mediante las virtudes, como otras tantas facultades, tiene absoluta necesidad de los siete dones, que más comúnmente son llamados dones del Espíritu Santo. Mediante estos dones, el espíritu del hombre queda elevado y apto para obedecer con más facilidad y presteza a las inspiraciones e impulsos del Espíritu Santo. Igualmente, estos dones son de tal eficacia, que conducen al hombre al más alto grado de santidad; son tan excelentes, que permanecerán íntegramente en el cielo, aunque en grado más perfecto. Gracias a ellos es movida el alma y conducida a la consecución de las bienaventuranzas evangélicas, esas flores que ve abrirse la primavera como señales precursoras de la eterna beatitud.
Dentro de la Iglesia católica el creyente tiene acceso a los dones y las gracias consecuentes, con el bautismo, mismas que se refuerzan una vez recibido el sacramento de la confirmación, rito por el cual se impone las manos al bautizado y se lo unge con aceite para que descienda sobre este, el Espíritu Santo (Cfr. SC 71; Catec. n. 1289).
El don del Espíritu Santo
El «don de Dios» es el Espíritu Santo, promesa que se hizo realidad en Pentecostés. El itinerario que, a propósito del «don del Espíritu», sigue la revelación según los textos de la Sagrada Biblia es: de la necesidad a la promesa que llega de forma inminente, de la promesa a la realización, del don dado a los efectos que produce.[26]
Funciones específicas que tiene cada don
- El don de sabiduría da un conocimiento amoroso de Dios, de las personas y de las cosas creadas por la referencia que hacen a Él. Solo se llega al conocimiento de Dios por medio de la santidad y es, precisamente el Espíritu Santo, el que pone este conocimiento al alcance de las almas sencillas que aman a Dios. Este don está íntimamente unido a la virtud de la caridad a la cual perfecciona que proporciona un conocimiento de Dios y de las personas y dispone a las personas para poseer «una cierta experiencia de la dulzura de Dios».,[27][28] Santo Tomás de Aquino enseña que el objeto de este don es el mismo Dios en primer lugar y, también, las cosas de este mundo en cuanto se ordenan a Dios y de Él proceden.[29]
- El don de entendimiento proporciona un conocimiento más profundo de los misterios de la fe dándole una mayor penetración en los grandes misterios sobrenaturales. Es un don que se concede a todos los cristianos pero para que se desarrolle es necesario vivir en gracia de Dios y poner empeño en crecer en la santidad personal. Perfecciona la virtud de la fe. Este don es sumamente útil para los teólogos para que puedan penetrar en lo más profundo de las verdades que Dios ha revelado y, posteriormente, deducir las virtualidades contenidas en ellas mediante el razonamiento teológico.[30] Según dice Santo Tomas gracias a este don Dios es entrevisto aquí abajo[31] más fácilmente para quienes reciben este don, si bien los misterios de la fe persistan rodeados de una cierta oscuridad.[32]
- El don de ciencia facilita al hombre comprender lo que son las cosas creadas como señales que llevan a Dios. Perfecciona la virtud de la fe y enseña a juzgar rectamente todas las cosas creadas para ver en ellas la huella de Dios. El Espíritu Santo hace percibir al hombre la sabiduría infinita, la naturaleza, la bondad de Dios.[33] San Francisco de Asís, iluminado por este don, veía en todas las criaturas, incluso a seres inanimados o irracionales, a hermanos suyos en Cristo.[34]
- El don de consejo es el don mediante el cual el Espíritu Santo perfecciona los actos de la virtud de la prudencia, es decir, a la elección de los medios que se deben emplear en cada situación. No solo en situaciones en las que se han de tomar grandes determinaciones sino también en los detalles más pequeños de una vida corriente. El don de consejo es de gran ayuda para mantener una recta conciencia. Catalina de Siena tuvo este don en grado extraordinario ya que fue la mejor consejera y brazo derecho del papa Gregorio XI al que convenció para que regresase de Aviñón a Roma en contra de las ideas de algunos cardenales. También disfrutó de este don santa Teresita del Niño Jesús ya que desempeñó la tarea de «maestra de novicias», para la que se requiere experiencia y madurez, en plena juventud.[35]
- El don de piedad tiene por objeto fomentar en la voluntad un amor filial hacia Dios, al que considera como Padre, y un especial sentimiento de fraternidad para con los hombres por ser hermanos e hijos del mismo Padre.[36] Dios quiere ser tratado con entera confianza por sus hijos los hombres, siempre necesitados. El Espíritu Santo enseña y facilita a las personas mediante este don, el trato confiado de un hijo para con su Padre. Por esta razón, la plegaria favorita de los hombres para con su Padre Dios es la que les enseñó Jesucristo: «Padre nuestro que estás en los cielos...». Este don perfecciona la virtud de la fe.[37]
- El don de fortaleza lo da el Espíritu Santo a las almas que necesitan vencer los obstáculos y poner en práctica las virtudes. Jesucristo prometió a sus apóstoles que serán revestidos por el Espíritu Santo de la fuerza de lo alto.[38] Este don refuerza la virtud del mismo nombre, la fortaleza, dándole resistencia y aguante frente a cualquier clase de peligros y ataques y una acometida fuerte del cumplimiento del deber a pesar de los obstáculos y dificultades que encuentre. Este don se pone especialmente de manifiesto en los mártires, pero también en la práctica heroica y callada de las virtudes de la vida ordinaria que constituyen el «heroismo de lo pequeño».[36]
- El don de temor de Dios es un temor filial, propio de hijos que se sienten amparados por su Padre, a quien no desean ofender. Según Santa Teresa de Jesús que ante tantas tentaciones y pruebas que el hombre ha de padecer, Dios nos da dos remedios: «amor y temor». «El amor nos hará apresurar los pasos, y el temor nos hará ir mirando adonde ponemos los pies para no caer».[39] Sin embargo no son buenos todos los temores. Está el temor mundano de los que temen, sobre todo, a las desventajas sociales y a los males físicos y huyendo de las incomodidades cuando sospechan que ser fiel cristiano pueden causarles ciertas contrariedades. En este caso están predispuestos a abandonar a Cristo y a la Iglesia. De aquí vienen los respetos humanos. Existe otro temor, el temor servil que hace al hombre apartarse del pecado por miedo a las penas del infierno. Puede ser bueno para las personas alejadas de Dios, ser su primer paso de conversión y el comienzo del amor.[40] Como escribió San Juan Evangelista, el que teme no es perfecto en la caridad[41] El santo temor de Dios es el don del Espíritu Santo que tuvo, junto con todos los demás, el alma de Jesucristo, de la Virgen y el que tuvieron las almas santas. Este don es consecuencia del don de sabiduría y su manifestación externa.[42]
Frutos del Espíritu Santo
Los frutos sobrenaturales en el alma de quien no presenta oposición a las inspiraciones del Espíritu Santo. Los doce frutos del Espíritu Santo son: caridad, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, longanimidad, mansedumbre, fe, modestia, continencia y castidad, según enseña la Iglesia católica siguiendo lo que dice San Pablo a modo de ejemplo en Gálatas 5:22,23.[43]
En primer lugar figura el amor ya que el amor, la caridad es la primera manifestación de la unión del cristiano con Jesucristo. Al fruto principal del Espíritu Santo «sigue necesariamente el gozo, pues el que ama se goza en la unión con el amado»;[44] El amor y la alegría dejan en el alma la paz, «la tranquilidad en el orden» como la define San Agustín.[45] La Iglesia Católica enseña que esta plenitud de amor, gozo y paz solo se alcanzará en el cielo y, mientras tanto, para superar los obstáculos que se presentan en la tierra se debe dejar guiarse por el Paráclito consiguiendo el don de la paciencia para sobrellevarlos con buen ánimo. La longanimidad, parecida a la paciencia, es una disposición estable por la que se espera el tiempo que Dios quiera antes de alcanzar las metas deseadas. Los siguientes dones que menciona San Pablo están relacionados con el prójimo: la bondad es una «disposición estable» que inclina a la persona a desear todo tipo de bienes para los demás. La benignidad es precisamente esa disposición de hacer el bien a los demás que la voluntad desea mediante el don de la bondad. Totalmente relacionada con la bondad y la benignidad está la mansedumbre, que es como la perfección de aquellas dos. Quien posee este don no se impacienta ni tiene sentimientos rencorosos contra quien la ofende.[46]
Los tres restantes frutos, la modestia, la continencia y la castidad están relacionadas con la virtud de la Templanza. Mediante el don de la modestia la persona sabe comportarse de forma justa y equilibrada ante las diferentes situaciones; conoce sus talentos pero no los empequeñece ni los aumenta ya que no son fruto de sus trabajos sino que es un don de Dios. La persona modesta resulta atrayente porque exterioriza sin quererlo una sencillez y un orden interior. Mediante los dones de la continencia y la castidad la persona que los posee está atenta para evitar lo que pueda empañar su pureza exterior e interior.[47]
Véase también
Referencias
- «Bible Gateway passage: 1 Corintios 12 - Reina-Valera 1960». Bible Gateway (en inglés). Consultado el 5 de abril de 2022.
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- VV.AA (1992). Catecismo de la Iglesia Católica Catecismo de la Iglesia Católica. Ciudad del Vaticano: Coeditores litúrgicos et alli-Librería Editrice Vaticana. p. 414-415. ISBN 84-288-1100-8. Consultado el 15 de mayo de 2016.
- En este artículo se usa la frase «realidad espiritual» para evitar términos, como naturaleza, entidad, fuerza o ser, que implicarían favorecer una u otra de las diversas interpretaciones existentes sobre el Espíritu Santo.
- Joannes de sancto Thoma (1645). De donis Spiritus Sancti. Pádova-2007: Marco Forlivesi. Consultado el 14 de mayo de 2016.
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