Partido Liberal (España, Restauración)
El Partido Liberal, originalmente conocido como Partido Liberal-Fusionista, fue un partido político español creado por Práxedes Mateo Sagasta y que, con el Partido Conservador de Cánovas, se alternaría en el Gobierno (el «turno») durante la Restauración (entre 1881 y 1923).
Partido Liberal | ||
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Líder |
Práxedes Mateo Sagasta José Canalejas Conde de Romanones Manuel García Prieto | |
Fundación | 23 de mayo de 1880 | |
Disolución | 1931 | |
Ideología |
Liberalismo progresista Monarquismo | |
Posición | Centroizquierda[cita requerida] | |
Partidos creadores | ||
País | España | |
Historia
Liderazgo de Sagasta (1880-1903)
El primer paso para el nacimiento del partido fue la aceptación de la Restauración borbónica en España por la mayoría de los miembros del Partido Constitucional, siguiendo la línea trazada por los «centralistas» de Manuel Alonso Martínez, que se habían desgajado del partido en mayo de 1875 para «entrar» en el sistema canovista,[1] y que en diciembre de 1878 habían retornado al partido.[2] Así, los constitucionales dejaron de reivindicar definitivamente la vigencia de la Constitución española de 1869, nacida de la revolución de septiembre de 1868 que inició el Sexenio Democrático, y rompieron completamente sus contactos con los republicanos de Manuel Ruiz Zorrilla y Emilio Castelar. El líder de los constitucionales, Práxedes Mateo Sagasta, era un político pragmático que estaba convencido de que «en política no… se puede hacer siempre lo que se quiere, ni siempre es conveniente hacer lo más justo».[3][4][5][6][7] El cambio de posición de los constitucionales quedó confirmado por su «fusión» con el grupo de políticos (y de militares de alta graduación, como el general Pavía) procedentes del Partido Conservador encabezados por el general Martínez Campos, que estaba enfrentado a Cánovas tras el fracaso de su experiencia de gobierno.[8][9][5][10][11][12]
Así nació el 23 de mayo de 1880 el Partido Liberal-Fusionista,[13][14][15] como resultado de la «fusión» de los constitucionales de Sagasta, los conservadores de Martínez Campos y los «centralistas» de Manuel Alonso Martínez, todos ellos bajo el liderazgo del primero.[8][2][9][5][10][16] En la gestación final del nuevo partido el rey Alfonso XII no fue ajeno.[17][18] «Era un partido heterogéneo, poco cohesionado, a juicio de Cánovas y los conservadores, que se resistían a ceder el poder», ha afirmado Feliciano Montero.[19] De hecho Cánovas le había confesado dos años antes al embajador británico que «tenía la intención de quedarse en su puesto [de presidente del Gobierno] tanto como pudiera» porque «los partidos de oposición hasta tal punto se encontraban divididos en facciones que, si su gobierno fracasaba, no existía partido liberal alguno en cuyas manos pudiera él dejar el poder en la confianza de que llevaría la Restauración hacia adelante».[20]
El nuevo partido liberal-fusionista fue presentado en las Cortes por Sagasta el 14 de junio de 1880 mostrando su acatamiento a la Constitución de 1876 y reclamando al rey Alfonso XII que «en un acto de personal energía» le diera el gobierno.[21][22][23] Seis meses después, el 19 de enero de 1881, en medio de un intenso debate parlamentario Sagasta volvió a reclamar de la «prerrogativa regia» su derecho a gobernar, advirtiendo que sin su concurrencia la Monarquía alfonsina no se consolidaría y lanzando una amenaza velada:[24][25][26]
Si mis esfuerzos y mis sacrificios fueran estériles por vuestra obstinación y por vuestra tenacidad, yo lo veré con el alma dolorida, pero con la conciencia tranquila; porque cualesquiera que sean las vicisitudes, cualquiera que sea el destino que todos tengamos preparado, como he de caer siempre del lado de la libertad, diré entonces con la frente levantada: estoy donde estaba; ni entonces obedecía a las inspiraciones del patriotismo, ni hoy cedo a los impulsos del deber y a los sentimientos del corazón.
El rey finalmente accedió y a principios de febrero de 1881 forzó la dimisión de Cánovas de la presidencia del Gobierno. «El 8 de febrero de 1881 juraba el primer gabinete Liberal en la Restauración».[27] Según Carlos Dardé, «fue una decisión personal de Alfonso XII, que tomó sin llevar a cabo consultas y, por lo que cabe presumir, en contra del parecer de Cánovas».[28] Otros historiadores comparten esta apreciación.[29][30] José Ramón Milán García también ha señalado que «la llegada de los fusionistas al gobierno en febrero de 1881 fue sin duda uno de los hitos fundamentales del reinado [de Alfonso XII] cuya relevancia no escapó a sus protagonistas, conscientes de que la iniciativa del monarca abría las puertas a la superación de la enquistada confrontación entre el liberalismo de izquierdas y la dinastía borbónica, y por ende de las luchas cainitas sostenidas durante décadas entre las diversas familias del liberalismo hispano».[31]
En octubre de 1883 Sagasta vio amenazado su liderazgo por la aparición de un nuevo partido liberal, Izquierda Dinástica, con el que se vio obligado a formar un gobierno de «conciliación» liberal no presidido por él, sino por el izquierdista José de Posada Herrera. El choque entre izquierdistas y fusionistas se produjo cuando el Gobierno en el discurso de la Corona propuso la recuperación del sufragio universal (masculino) y la reforma de la Constitución de 1876. En el debate de contestación que tuvo lugar a continuación Sagasta, que presidía el Congreso de los Diputados, hizo una encendida defensa, «con gran regocijo de Cánovas»,[32][33] del principio de la soberanía compartida rey/Cortes, pilar fundamental del régimen político de la Restauración, abandonando así definitivamente el principio de la soberanía nacional, una de las señas de identidad del liberalismo progresista.[34] Como ha señalado José Varela Ortega en aquel momento el partido liberal se hace canovista[35] y de esta forma, según Feliciano Montero, «el régimen político quedaba consolidado».[32] Además, como ha indicado Carlos Dardé, Sagasta quiso demostrar que la unidad de los liberales sin él era imposible. Una valoración que comparte Manuel Suárez Cortina.[36][37][38] En su intervención Sagasta dijo lo siguiente:[32][39]
Nosotros no abandonamos por nada ni por nadie los principios fundamentales de la Monarquía constitucional. […] Sobre ellos giramos con tanta fe como el partido conservador [y] debe observar este Partido, que si nosotros nos hemos opuesto al sufragio universal y a la revisión constitucional, y si no hemos querido aceptar la conciliación [con la Izquierda Dinástica] bajo esas dos bases, no ha sido sólo en defensa de nuestros principios, sino también en defensa de los principios del Partido Conservador, en defensa de los principios que nos son comunes a liberales y conservadores, y que no pueden menos de serlo a los partidos gobernantes dentro de unas mismas instituciones.
Al perder el apoyo de los diputados fusionistas, que constituían la mayoría de la Cámara, el gobierno de Posada Herrera tuvo que dimitir y el rey Alfonso XII llamó a formar gobierno al líder del Partido Conservador, Cánovas de Castillo,[36] «como castigo a la desunión» de las familias liberales.[38][40] «Los liberales aprendieron la lección: para gobernar debían unirse».[41]
En junio de 1885, año y medio después del fin de su brevísimo gobierno, el grueso de la Izquierda Dinástica se integró en el Partido Liberal de Sagasta, gracias a la aprobación de una llamada «ley de garantías» elaborada por Manuel Alonso Martínez y Eugenio Montero Ríos. La «ley de garantías» era el nuevo programa del partido liberal en el que se recogía la protección para los derechos y libertades reconocidos en la Constitución, la extensión del sufragio a toda la población masculina y el juicio por jurado. Pero lo más importante de la «ley de garantías» estribaba en la renuncia al principio de la soberanía nacional, que siempre habían defendido los «revolucionarios de 1868», y en la aceptación de la soberanía compartida «de las Cortes con el Rey», principio doctrinario en el que se basaba el régimen político de la Restauración.[42][43][44][45] «El Partido Liberal unido estaba de nuevo en condiciones de exigir el poder».[46][47]
El 25 de noviembre de 1885 moría el rey Alfonso XII, lo que causó una gran consternación —«un terror apocalíptico», según José Varela Ortega—[48] entre las elites políticas ante la perspectiva de la regencia de la joven e inexperta esposa del rey María Cristina de Habsburgo, que estaba embarazada (su hijo, un varón, nacería en mayo de 1886).[49] Entonces Cánovas decidió dimitir y aconsejar a la regente que llamara al gobierno a Sagasta. El líder conservador comunicó su decisión al líder liberal y este aceptó en una reunión que mantuvieron en la presidencia del Gobierno por mediación del general Martínez Campos y que sería conocida equivocadamente como el «Pacto de El Pardo».[50][51] «Un acuerdo por el cual los dos Partidos decidieron turnarse en el poder automáticamente en los años siguientes».[52] Ángeles Lario ha destacado que el acuerdo político a que se llegó tras la muerte del rey «convirtió a los dos grandes partidos [Conservador y Liberal] en los verdaderos directores de la vida política, controlando consensuadamente hacia arriba la prerrogativa regia y hacia abajo la construcción de las necesarias mayorías parlamentarias; definiendo así la vida de este importante periodo de nuestro liberalismo y siendo origen a su vez de sus más graves limitaciones».[53][54] El «turno» fue garantizado gracias a las redes caciquiles con que ambos partidos contaban por toda España. Este pacto impedía el acceso al poder de ideologías (anarquismo, socialismo, republicanismo) que podían poner en peligro el régimen monárquico.
Desde aquel momento, Sagasta se convirtió en el líder indiscutible del nuevo partido y mantendría aquella posición hasta su muerte en 1903.[15][13] En 1898 se produce una primera escisión en el Partido Liberal cuando Germán Gamazo Calvo abandona el partido, encabezando un grupo disidente que terminaría uniéndose al Partido Conservador. Entre aquellos que abandonaron el partido se encontraba Antonio Maura, que posteriormente encabezaría el Partido conservador y sería varias veces presidente del Consejo de Ministros.[55]
Disputas por el liderazgo (1903-1923) y disolución (1930-1931)
Tras la muerte de Sagasta, en 1903, se produjo un enfrentamiento entre Eugenio Montero Ríos y Segismundo Moret por tomar las riendas del Partido Liberal que a la postre llevaría a José Canalejas a dirigirlo y aunque intentó reformarlo para acercarlo a la realidad del país, su asesinato truncó cualquier evolución del partido.
El asesinato de Canalejas en 1912 reabrió la lucha por el poder con dos nuevos protagonistas —el conde de Romanones y Manuel García Prieto— y llevaría al partido a una profunda crisis,[14] aunque tanto uno como otro accedieron al gobierno en varias ocasiones, que unida a la del propio sistema político que había protagonizado a una fase de disgregación que finalizó en 1931, después de la dictadura de Primo de Rivera y con el final de la monarquía de Alfonso XIII.
Resultados electorales
- Elecciones generales
Líderes del Partido Liberal
- 1876–1902: Práxedes Mateo Sagasta;
- 1902–1905: Eugenio Montero Ríos;
- 1905–1912: José Canalejas Méndez;
- 1912–1913: Segismundo Moret y Prendergast y Joaquín Tell Francard;
- 1913–1918: Álvaro Figueroa, Conde de Romanones;
- 1918–1923: Manuel García Prieto y el Conde de Romanones;
- 1923-1931: Durante la dictadura de Primo de Rivera mantuvo suspendida su actividad política;
- 1931: Conde de Romanones.
Referencias
- Milán García, 2003, p. 94. «[Mientras la facción encabezada por Manuel Alonso Martínez] reclamó la convocatoria inmediata de una asamblea del partido [constitucional] para reconocer la legitimidad del nuevo régimen y aceptar la participación en el diseño de su edificio legal, la mayoría de viejos progresistas que integraban sus filas optó por seguir la postura de Sagasta: benevolencia ante la nueva situación sin adquirir ningún compromiso firme en espera de comprobar el rumbo que seguían sus gobernantes, presionando con la amenaza de sumarse a las conspiraciones republicanas que dirigía desde el exilio Ruiz Zorrilla...»
- Jover, 1981, p. 336.
- Dardé, 1996, p. 22-24.
- Villares, 2009, p. 56-57.
- Montero, 1997, p. 27.
- Suárez Cortina, 2006, p. 106-107.
- Dardé, 2021, pp. 162-163; 171. «La experiencia de los últimos veinte años ―desde 1854, en que aquella generación había llegado a la política― desengañó a los liberales de la capacidad de los electores para decidir su propia suerte y los llevó a confiar en el rey como instrumento imprescindible para la puesta en práctica de la alternancia».
- Dardé, 1996, p. 24.
- Villares, 2009, p. 57-58.
- Suárez Cortina, 2006, p. 107-108.
- Seco Serrano, 2007, p. 168.
- Milán García, 2003, p. 101-102. «Si a la postre [los constitucionales] aguantaron seis años de gobierno conservador sin lanzarse a la vía revolucionaria hay que ver en ello no sólo el triunfo de la política canovista, sino también la sagacidad y mano izquierda de Sagasta, que supo combinar la permanente presión sobre la corona para que les diera el poder con una política de oposición razonable con la que pretendía borrar en palacio cualquier prevención hacia ellos y ofrecer una imagen de fuerza responsable y de gobierno, lo que le llevó como lógico corolario a una fusión con fuerzas radicadas a su derecha que rebasó la mera reconciliación con el Centro [Parlamentario]. Ante los rumores de quedarse aislado por una rumoreada conciliación del Centro con el grupo "militar" de Martínez Campos, Sagasta no dudó en tomar la iniciativa y propiciar la ansiada fusión liberal».
- Sánchez Casado, 2009, p. 286.
- Alvar Ezquerra, 2003, p. 473.
- Pascual, 1999, p. 193.
- Varela Ortega, 2001, p. 172. «Debemos guardarnos de menospreciar la importancia de la fusión. Significaba el logro de otro de los requisitos canovistas en el camino de la estabilidad política; esto es, el desplazamiento de la izquierda hacia el centro, en virtud de que el nuevo Partido contenía algunas facciones con fe dinástica. El Partido Liberal constituía además la mejor muralla frente a las inclinaciones revolucionarias de la izquierda... Porque buen número de políticos dinásticos tenían la certidumbre de que no habría revolución en España mientras se lograra impedir la coalición entre los grupos dinásticos de izquierda y los republicanos».
- Dardé, 2021, pp. 173. «Lo que sí hizo el monarca fue tratar de fortalecer la alternativa liberal. Impulsó la reintegración al partido de Sagasta del grupo dirigido por Manuel Alonso Martínez y Germán Gamazo ―que en las Cortes de 1876 se llamó Centro Parlamentario― y que había colaborado con Cánovas en la elaboración de la Constitución. Y animó también a algunos generales como Martínez Campos y Jovellar para que se unieran a Sagasta cuando aquellos se enemistaron con Cánovas».
- Milán García, 2003, p. 102. «La figura de Alfonso XII resultó esencial para que estos proyectos [de fusión] llegaran a buen puerto por su independencia de criterio y simpatías liberales»
- Montero, 1997, p. 27-28.
- Varela Ortega, 2001, p. 163-164. «Toda la política canovista se orientó a forzar de la izquierda la renuncia al principio Progresista de la soberanía nacional. Entretanto, los Conservadores intentarían impedir la formación de un gobierno de izquierda».
- Seco Serrano, 2007, p. 167-168.
- Varela Ortega, 2001, p. 174-175.
- Suárez Cortina, 2006, p. 108.
- Seco Serrano, 2007, p. 183.
- Dardé, 2021, pp. 176. «Aquella amenaza había sido un secreto a voces. En el Congreso, Sagasta el 19 de enero de 1881 había declarado en un sentido que nadie desconocía que él “siempre caer[ía] del lado de la libertad».
- Varela Ortega, 2001, p. 173. «El Rey debía entregar el poder a los Liberales... de no ser así, los Liberales —advirtió Sagasta— "cae[rían] siempre de lado de la libertad"; esto es irían a la revolución con los republicanos».
- Varela Ortega, 2001, p. 176.
- Dardé, 2021, pp. 174.
- Milán García, 2003, p. 103. «Don Alfonso supo apreciar el indudable cambio experimentado por una oposición liberal que, aunque mantenía aún pulsiones revolucionarias heredadas del viejo progresismo, se había mostrado capaz de admitir entre sus filas a elementos de fidelidad dinástica probada y había arriado algunos de sus leit motivs históricos [como la soberanía nacional], por lo que a principios de 1881 envió mensajes claros a Cánovas de que debía dejar el paso franco a los liberales, lo que forzó la consiguiente crisis de gobierno que terminó con el encargo a Sagasta de formar un nuevo gabinete. […] Culminaba así el complicado aprendizaje de paciencia, lealtad y moderación que los constitucionales se habían visto precisados a realizar en este período y llegaba el momento de empezar a disfrutar sus réditos».
- Lario, 2003, p. 32-34. «Esta crisis fue definitiva para que Cánovas viera con claridad que se necesitaban unas normas que respetar por ambos partidos para no caer de nuevo en el peligro de los caprichos regios. […] Lo primero que vio claro fue la necesidad de controlar la prerrogativa regia, de normativizarla y darle criterios fijos, lejos del criterio personal; conseguir un equilibrio entre el poder regio y el parlamentario, para lo que iban a ser árbitros precisamente los jefes de los partidos. […] El rey tendría que atenerse a la opinión pública representada por los grandes partidos. Esto tuvo ocasión de materializarse en la difícil coyuntura de la prematura muerte del rey en 1885».
- Milán García, 2003, p. 104.
- Montero, 1997, p. 31.
- Varela Ortega, 2001, p. 228.
- Montero, 1997, p. 30-31.
- Varela Ortega, 2001, p. 228-229. «Era la culminación de una política, la realización de otro de los requisitos que Cánovas consideraba imprescindibles para el afianzamiento de un régimen liberal estable: el desplazamiento de la mayor parte de las facciones de origen Progresista y Unionista a la derecha, aceptando el principio de la soberanía compartida que, en definitiva y en la práctica, significaba el reconocimiento de la Corona como árbitro distribuidor de poder entre los dos Partidos».
- Dardé, 1996, pp. 72-73.
- Suárez Cortina, 2006, p. 117. «Sagasta no recuperó el poder, pero al menos puedo demostrar a su izquierda que sólo la unión con el Partido Fusionista, cuyo líder inevitablemente era el político riojano, podía llevarles a desbancar a los conservadores. De esta convicción saldría el nuevo Partido Liberal, que protagonizó el Gobierno Largo tras la muerte de Alfonso XII en noviembre de 1885».
- Milán García, 2003, p. 112.
- Varela Ortega, 2001, p. 227-228.
- Varela Ortega, 2001, p. 229-230. «El Rey sólo estaba dispuesto a conceder el decreto de disolución a un gobierno no Conservador, si Sagasta entraba en la Presidencia con Posada Herrera en Gobernación; es decir, exigía la unidad de grupos. Sin embargo, el ambiente estaba demasiado cargado. Nadie quería ya la conciliación».
- Varela Ortega, 2001, p. 231.
- Dardé, 1996, pp. 77-78.
- Milán García, 2003, p. 112-113. «Los liberales comprendieron la necesidad de aparcar sus disputas y presentarse unidos ante el rey si querían recuperar el poder perdido»
- Jover, 1981, p. 337-338. «En suma: se acepta en principio la Constitución del 76, se mantienen empero los grandes principios del 69»
- Varela Ortega, 2001, p. 232. «Sagasta aceptó un programa democrático que nadie ya pensaba cumplir».
- Varela Ortega, 2001, p. 232.
- Milán García, 2003, p. 114. «Los liberales cumplieron para el rey [Alfonso XII] la misión esencial de ir desmantelando la amenaza revolucionaria del republicanismo a base de atraer con sus reformas a diferentes fracciones y partidos de este campo, haciendo imposible una coalición revolucionaria de amplio alcance. [...] No obstante,... este acomodamiento a una mecánica política que favorecía sus necesidades partidistas tuvo el efecto perverso de irles restando audacia y voluntad de reformar con sinceridad un sistema que se basaba en la interpretación discriminatoria y fraudulenta de las leyes, lo que contribuyó a un progresivo desprestigio tanto de éste como de su clase política...».
- Varela Ortega, 2001, p. 235.
- Suárez Cortina, 2006, p. 121-122.
- Dardé, 1996, p. 76.
- Jover, 1981, p. 338.
- Varela Ortega, 2001, p. 235-236.
- Lario, 2003, p. 38.
- Lario, 1993, p. 155-165.
- Alvar Ezquerra, 2003, p. 411.
Bibliografía
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