32. En la Confesión, Jesús perdona |
Introducción
Una de las páginas más conmovedoras del Evangelio es la parábola del hijo pródigo, que retrata la conducta de un hijo ingrato con su padre. Eran dos hermanos y el menor decide abandonar la casa; después de pedir su parte en la herencia, se marchó a un país lejano donde derrochó todo llevando mala vida. Entonces tuvo que ponerse a cuidar cerdos para poder vivir, hasta que un día sintió vergüenza de su situación y decidió volver a casa para pedir perdón a su padre: "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti" (Lucas 15,18). El padre, que lo esperaba, cuando lo vio venir salió a su encuentro, se le echó al cuello y lo besó. Y fue tanta su alegría que mandó a los criados que preparasen un banquete y una gran fiesta para celebrar el retorno del hijo pequeño.
Esta parábola nos puede ayudar a entender el sacramento de la Penitencia, que es el sacramento de la misericordia de Dios.
Ideas principales
1. Los sacramentos de la curación
Hemos estudiado los sacramentos de la iniciación cristiana: Bautismo, Confirmación y Eucaristía, que otorgan la vida nueva en Cristo. Pero, a pesar de tanta gracia, el hombre es débil, puede pecar y arrastra las miserias del pecado.
Cristo quiso que en la Iglesia hubiese un remedio para esas necesidades, y lo encontramos en los sacramentos de la Penitencia y de la Unción de enfermos, llamados sacramentos de curación porque curan la debilidad y perdonan los pecados.
2. Para salvarse, hay que arrepentirse de los pecados
No hay salvación posible sin el arrepentimiento de los pecados, que es completamente necesario para aquel que ha ofendido a Dios. Así lo dice Jesucristo: "Si no hacéis penitencia, todos igualmente pereceréis" (Lucas 13,3).
Antes de venir Jesucristo, los hombres no tenían seguridad de haber obtenido perdón de sus pecados. La seguridad nos la trajo Él, que podía decir: "Tus pecados te son perdonados" (Mateo 9,2).
3. La institución del sacramento de la Penitencia para perdonar los pecados
En la tarde del Domingo de Resurrección, Jesucristo instituyó el sacramento de la Penitencia, al decir a sus discípulos: "Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonaréis los pecados, les son perdonados; a quienes se los retengáis, les son retenidos" (Juan 20,22-23). Instituyó este sacramento a manera de juicio, pero juicio de misericordia, para que los Apóstoles y legítimos sucesores pudiesen perdonar los pecados.
"¡Mira qué entrañas de misericordia tiene la
justicia de Dios! -Porque en los juicios humanos, se castiga al que confiesa su
culpa: y, en el divino, se perdona.
¿Bendito sea el sacramento de la Penitencia!" (Camino, 309).
Este sacramento se denomina también de la conversión, de la reconciliación, o confesión.
4. Jesucristo mismo, por el sacerdote, es quien absuelve
Sólo los sacerdotes -con potestad de orden y facultad de ejercerla- pueden perdonar los pecados, pues Jesucristo dio poder sólo a ellos. No se obtiene el perdón, por tanto, diciendo los pecados a un amigo, o directamente a Dios. Además, en el momento de la absolución es Cristo mismo quien absuelve y perdona los pecados por medio del sacerdote, ya que el pecado es ofensa a Dios y sólo Dios puede perdonarlo. El sacerdote debe guardar -bajo obligación gravísima- el sigilo sacramental.
5. Efectos de este sacramento
Los efectos de este sacramento son realmente maravillosos:
- la reconciliación con Dios, perdonando el pecado para recuperar la gracia santificante.
- la reconciliación con la Iglesia;
- la remisión de la pena eterna contraída por los pecados mortales y de las penas temporales -al menos en parte- según las disposiciones;
- la paz y la serenidad de la conciencia con un profundo consuelo del espíritu;
- los auxilios espirituales para el combate cristiano, evitando las recaídas en el pecado.
6. Necesidad de la Penitencia
El sacramento de la Penitencia es completamente necesario para aquellos que después del bautismo han cometido un pecado mortal. La Iglesia enseña que hay obligación de confesar los pecados mortales al menos una vez al año, en peligro de muerte y si se ha de comulgar.
Pero una cosa es la obligación y otra muy distinta lo que conviene hacer si se quiere que aumente nuestro amor a Dios. Tampoco hay obligación de besar a la madre, ni de saludar a los amigos, ni de correr todos los días..., pero cualquier persona normal lo hace. Si queremos progresar en el amor de Dios, debemos confesarnos a menudo y confesarnos bien.
7. Conveniencia de la confesión frecuente
La Iglesia recomienda vivamente la práctica de la confesión frecuente, no sólo de los pecados mortales -que deben confesarse en seguida- sino también los pecados veniales. De esta manera, se aumenta el propio conocimiento; se crece en humildad; se desarraigan las malas costumbres; se hace frente a la tibieza y pereza espiritual; se purifica y forma la conciencia; nos ayudan en nuestra vida interior, y aumenta la gracia en virtud del sacramento. Para crecer en el amor a Dios es muy conveniente tener en mucha estima la confesión: confesarse a menudo y bien.
Curso de Catequesis. Don Jaime Pujol Balcells y Don Jesús Sancho Bielsa. EUNSA. Navarra. 1982. Con la autorización de los autores.
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