Un pastor de ovejas
Pedro es un niño muy alegre. Su sonrisa parece el amanecer en un fresco día de verano. Un día, salió a pastorear muy de madrugada. Cuando salió se despidió de su papá quien le ofreció jugar con él a su regreso. Pedro se entusiasmó mucho y se fue feliz.
Pedro se fue caminando entre las ovejas. Todas iban brincando alegremente por el camino como si supieran del magnífico banquete que las esperaba. Al poco rato, llegaron a su destino y la hora de la comida se asomó entre el sabroso pasto. Comieron hasta más no poder. Las horas pasaron y, por fin, llegó la hora de regresar. Sin embargo, las nubes que en la mañana eran blancas como la nieve ahora se pusieron grises, grises como la arena del río. De pronto algunas gotas tímidas cayeron del cielo, pero en instantes empezó a llover como nunca.
Mientras llovía, Pedro recordaba el ofrecimiento de su papá. Deseaba tanto regresar a su casa. Después de un rato, el sol se asomó seguro y feliz en el cielo. Era la hora de regresar, pero, no puede ser: las ovejas no querían moverse. Pedro no pudo más y empezó a llorar desahogando toda la tristeza de su corazón.
Lloraba y lloraba cuando llegó el noble conejo y le preguntó: ¿Por qué lloras? El niño le respondió: Mis ovejas no quieren regresar a la casa. Era tanta la tristeza del niño que el conejo se puso a llorar con él.
Allí estaban, Pedro y el conejo, llorando y llorando, cuando llegó el astuto zorro. Él les preguntó intrigado: ¿Por qué lloran? Ellos le contestaron: es que las ovejas no quieren regresar a la casa. Luego, Pedro le contó al zorro que su padre lo esperaba para jugar. El zorro se sentó a pensar qué hacer. Pensó y pensó y no se le ocurría nada.
Pedro y el conejo lloraban. El zorro pensaba. De pronto, aparece una abeja y los ve a todos. Curiosa les preguntó ¿qué pasa? Todos respondieron: Es que las ovejas no quieren regresar a su casa. La abeja le dijo orgullosa: Yo tengo la solución. Todos se rieron pensando que no lo lograría. Ahhhh, pero se quedaron con la boca abierta cuando la abeja se acercó a la oreja de la oveja más grande y… la picó. La oveja corrió veloz cuan rayo hasta llegar a la casa. Las otras la siguieron tratando de alcanzarla. Pedro corría tras ellas con la sonrisa por delante. Mientras tanto, en casa, el papá de Pedro tranquilamente esperaba a Pedro para jugar.
San Carlos Sija, Quetzaltenango