El inmortal

El inmortal es el título de un cuento del escritor argentino Jorge Luis Borges. Se publicó por primera vez en febrero 1947, en la revista Anales de Buenos Aires, y dos años después apareció de nuevo en el volumen El Aleph, de la editorial Losada. A través de múltiples referencias culturales, el relato reflexiona en torno a las paradojas de orden metafísico que tendrían que afrontar los hombres si algún día alcanzaran la inmortalidad.

El inmortal
de Jorge Luis Borges
Género Cuento
Idioma Español
Publicado en El Aleph
País Argentina
Fecha de publicación febrero de 1947
El Aleph
El inmortal

Esquema del relato

El cuento está concebido según la estructura «en abismo», es decir, con distintas capas narrativas (un relato dentro de otro). Así, en El inmortal pueden advertirse tres niveles:

  • En el primero, un narrador describe el proceso mediante el cual se encuentra un manuscrito.
  • El segundo es la transcripción del relato en primera persona del narrador-protagonista.
  • En el tercero, otro narrador que lee el manuscrito refuta una teoría que proclama su falsedad.

Argumento

El primer narrador da cuenta del hallazgo de un manuscrito dentro de un ejemplar de la versión de Alexander Pope de la Ilíada de Homero. Los seis volúmenes de la obra habían sido adquiridos por una aristócrata francesa, la princesa de Lucinge, a un anticuario turco, Joseph Cartaphilus, en 1929.

La transcripción del manuscrito, escrito en primera persona, ocupa la segunda y principal parte del cuento. El narrador es ahora Marco Flaminio Rufo, un tribuno militar romano que, fascinado por la historia que un jinete desconocido le revela antes de morir, sale en busca de un río que da la inmortalidad a quien bebe de él. Lo acompañan doscientos soldados cedidos por el procónsul de Getulia junto con algunos mercenarios reclutados por él mismo. Tras perder a sus hombres en el desierto, encuentra un río de agua arenosa del que bebe sin saber que aquel era el río que buscaba, y que los trogloditas que vivían cerca de él eran los inmortales. Después de atravesar un laberinto subterráneo casi interminable, emerge a la Ciudad de los Inmortales. A diferencia de aquel, cuya arquitectura respetaba las simetrías, la ciudad era una serie caótica de construcciones carentes de sentido. Cuando consigue salir, descubre que afuera lo espera uno de los trogloditas, al que decide llamar Argos, como el perro de Ulises en la Odisea. Más adelante, el troglodita le confiesa que él, Argos, es Homero. Marco Flaminio descubre que la inmortalidad es una especie de condena. La muerte da sentido a cada acto ante la posibilidad de ser el último; la inmortalidad se lo arrebata.

Sabía [la república de hombres inmortales] que en un plazo infinito le ocurren a todo hombre todas las cosas. […] Encarados así, todos nuestros actos son justos, pero también son indiferentes. No hay méritos morales o intelectuales. Homero compuso la Odisea; postulado un plazo infinito, con infinitas circunstancias y cambios, lo imposible es no componer, siquiera una vez, la Odisea.

Resueltos a salir de esa situación, hacia el siglo décimo, él y los demás inmortales se dispersan por la faz de la tierra para encontrar ese otro río (que por fuerza debe de existir en alguna parte) que «borraría» la inmortalidad. En 1921, viajando por el norte de África, al fin lo encuentra y descubre con júbilo que vuelve a ser mortal.

La tercera y última parte es una breve «posdata» a modo de epílogo, de estilo típicamente borgiano, que combina alusiones literarias verosímiles con referencias ficticias.

Intertextualidad

Jorge L. Borges y Ernesto Sabato en 1975
  • Hacia 1729 discute el origen de ese poema con un tal Giambattista (en la nota a pie de página se menciona que Ernesto Sabato cree que se trata de Giambattista Vico, quien definía a Homero como un personaje simbólico).
  • El personaje, al revisar su propio manuscrito, cree percibir párrafos falsos. Primero se lo atribuye a la costumbre literaria de abusar de los rasgos circunstanciales. Después, cree que la razón es que en la historia se mezclan menciones atribuidas a Flaminio Rufo (que Homero había puesto en boca de algunos personajes de la Odisea) con frases que serían patéticas dichas por Homero, pero no por Flaminio Rufo.
  • En un libro de Nahum Cordovero que habla de los centones se menciona a «la narración atribuida al anticuario Joseph Cartaphilus» como apócrifa debido a interpolaciones de Plinio el Viejo, Thomas de Quincey y Bernard Shaw.

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