Misterios gloriosos
Los misterios gloriosos son parte de la oración católica del Rosario, en concreto la última de las cuatro series de cinco misterios. Después de los misterios gozosos del anuncio y la infancia de Jesús, los misterios luminosos de la vida pública de Cristo y los misterios dolorosos de la pasión, estos «misterios gloriosos» unen la tierra y el cielo, desde la Resurrección de Cristo hasta la Coronación de la Santísima Virgen.
Desde la institución de los misterios luminosos por Juan Pablo II, se reservan el miércoles y el domingo para recitar y meditar los misterios gloriosos.[1]
Se incluye la designación en latín entre paréntesis después del nombre de cada misterio.
La Resurrección
La resurrección de Cristo, al tercer día después de su entierro (Resurrectio)
«El primer día de la semana, muy de mañana, fueron al sepulcro llevando los aromas que habían preparado. Pero encontraron que la piedra había sido retirada del sepulcro, y entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús. No sabían que pensar de esto, cuando se presentaron ante ellas dos hombres con vestidos resplandecientes. Ellas, despavoridas, miraban al suelo, y ellos les dijeron: "¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado".»(Lc 24, 1-6)
«"Si no resucitó Cristo, vana es nuestra predicación, vana también vuestra fe" (1Cor 15, 14). La Resurrección constituye ante todo la confirmación de todo lo que Cristo hizo y enseñó.»(CIC, 651)
La Ascensión
La Ascensión de Cristo al Cielo, pasados cuarenta días tras la resurrección (Ascensio)
«El Señor Jesús, después de hablarles, ascendió al cielo y se sentó a la derecha de Dios.»(Mc 16, 19)
«Esta última etapa permanece estrechamente unida a la primera, es decir, a la bajada desde el cielo realizada en la Encarnación. Sólo el que "salió del Padre" puede volver al Padre: Cristo.»(CIC, 661)
La Venida del Espíritu Santo
La venida del Espíritu Santo en Pentecostés (Descensus Spiritus Sancti)
«Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse.»(Hch 2, 1-4)
«"Espíritu Santo", tal es el nombre propio de Aquél que adoramos y glorificamos con el Padre y el Hijo. La Iglesia ha recibido este nombre del Señor y lo profesa en el Bautismo de sus nuevos hijos.»(CIC, 691)
La Asunción
La Asunción de la Virgen María, en cuerpo y alma, al Cielo (Assumptio)
«Todas las generaciones me llamarán bienaventurada porque el Señor ha hecho obras grandes en mí» (Lc 1, 48-49)
«La Santísima Virgen María, cumplió el curso de su vida terrena, fue llevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo, en donde ella participa ya en la gloria de la resurrección de su Hijo, anticipando la resurrección de todos los miembros de su Cuerpo.»(CIC, 974)
La Coronación de la Santísima Virgen
La coronación celestial de la Virgen María (Coronatio in Caelo)
«Una gran señal apareció en el cielo: una mujer, vestida de sol, con la luna bajo los pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza.»(Ap 12, 1)
«Finalmente, la Virgen inmaculada, preservada libre de toda mancha de pecado original, terminado el curso de su vida en la tierra, fue llevada a la gloria del cielo y elevada al trono por el Señor como Reina del universo, para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los Señores y vencedor del pecado y de la muerte.»(CIC, 966)
Bibliografía
- Guardini, Romano (1995). El rosario de María. 73 páginas. Bogotá: Editorial San Pablo. ISBN 978-958-607-148-2.
Referencias
- Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae, Juan Pablo II, 16 de octubre de 2002