Ciencia ficción en Venezuela

La ciencia ficción venezolana, es un subgénero literario y artístico nacido en este país en el seno del romanticismo a mediados del siglo XIX,[1] aunque conocerá un auge relativo durante el siglo XX, con el surgimiento de figuras como Julio Garmendia, Enrique Bernardo Núñez, Ida Gramcko, José Balza, Luis Britto García, y posteriormente una consolidación en el siglo XXI con autores como Ana Teresa Torres, Fedosy Santaella o José Urriola.[1][2]

Homenage a Colón, de Alirio Rodríguez.

Si bien en Venezuela la ciencia ficción ha dejado su impronta principalmente en la literatura, otras artes como el cine, la música o las artes plásticas también han sido influenciadas por el género.

No existe un consenso sobre la definición de la ciencia ficción venezolana como un género separado de la ciencia ficción, aunque algunos autores hablan de algunos rasgos comunes que tienen que ver con la situación periférica del país, como por ejemplo: un alto interés por la metaficción, un uso más libre de la justificación científica, la ausencia del alto grado de desarrollo tecnológico, una frontera poco clara con respecto a lo fantástico, un interés por lo mítico y lo telúrico.[1][2]

Para Luis Miguel Isava, "la ciencia ficción lleva a cabo una operación que parece ser el reflejo especular de dos prácticas que tienen todo el prestigio de las ciencias humanas. La primera sería la escritura de la historia. (...)La segunda sería la praxis y la teoría psicoanalíticas. Esta, por su parte, indaga no sin especulación, sobre los posibles eventos o “traumas” que originaron los síntomas ahora presentes. Ambas prácticas, como vemos, son esencialmente retrospectivas, característica que comparten con la proto ciencia ficción”.[3]

Literatura

siglo XIX

Según el crítico Carlos Sandoval, la historia de la ciencia ficción venezolana comienza con el relato de Juan Vicente Camacho, publicado en La Revista de Lima (Perú, 1859-1863) en 1861: Confesión auténtica de un ahorcado resucitado.[1] En este relato se recrea el arribo a Estados Unidos de un barco de gran caladura pilotado por un solo navegante. Al principio, el marino informa haber sobrevivido al ataque de unos piratas; luego cambia de historia y dice que una epidemia de tifus acabó con sus compañeros. Finalmente, admite haber asesinado a la tripulación. El protagonista es condenado a muerte, sin embargo, una junta médica le ofrece devolverlo a la vida después mediante ciertos procedimientos electromagnéticos.[1]

Es importante señalar que Juan Vicente Camacho es también uno de los primeros latinoamericanos en escribir un cuento fantástico, con La estatua de bronce, publicada en 1850.[4] Por esta misma época, en 1873, Julio Calcaño publicaría los relatos de terror fantástico El sello maldito, La danza de los muertos.[5][4]

Otro ejemplo del siglo XIX es el relato Metencardiasis (1896) de Nicanor Bolet Peraza (1838-1906), en el que protagonista, Van-der Meulen-Heinsterfalen, “sabio holandés que ha adquirido misteriosos y profundos informes en sus viajes por remotos sitios del planeta, monta consulta en su natal Róterdam, donde trata pacientes con agudas deficiencias cardíacas. El científico ha creado una máquina que trasplanta corazones”.[1] La máquina funciona mediante un imán encontrado en el círculo polar.[1]

siglo XX y las primeras vanguardias

Es durante el siglo XX que podemos hablar de un auge del género, especialmente con el surgimiento de las estéticas de vanguardia (el futurismo, el surrealismo) y el nacimiento de un interés mayor en el género fantástico y de lo insólito en escritores como Pedro Emilio Coll.[6]

Julio Garmendia: cosificación y metaficción

A los 19 años, Julio Garmendia publica sus tres primeros relatos en el diario El Universal de Caracas: El camino de la gloria (enero de 1917), El gusano de luz (mayo de 1917) y Una visita al Infierno (abril 1917).[7]

Una visita al Infierno es considerado uno de los relatos de pioneros de la ciencia ficción venezolana y latinoamericana[1][8] y marcará el tipo de literatura que acompañará a Garmendia el resto de su carrera, con predominio de lo fantástico y la ciencia ficción.[9] En este relato, el narrador descubre que el infierno es una utopía altamente desarrollada desde el punto de vista científico y tecnológico, que dista mucho de las miserias del mundo terrenal.[10]

En este sentido, antes de que el término ciencia ficción fuese acuñado en 1926 por Hugo Gernsback cuando lo incorporó a la portada de una de las revistas de narrativa especulativa más conocidas de los años 1920 en Estados Unidos: Amazing Stories, Garmendia estaba utilizando métodos similares a los de escritores anglosajones.[2]

Si bien en Garmendia hay una renovación de la tradición fantástica dieciochesca, este interés no es totalmente aislado, sino propio de las primeras vanguardias venezolanas y el surgimiento de un nuevo fantástico latinoamericano, de lo maravilloso y de eso que luego Uslar Pietri denominó realismo mágico. Algunos ejemplos de lietratura fantástica contemporáneos con Garmendia son: Cubagua (1931) de Enrique Bernardo Núñez; los primeros cuentos de Arturo Uslar Pietri publicados en 1928: Barrabás y otros relatos y en 1936: Red, así como su primera novela (de corte fantasmagórico, onírico, una especie de trance alucinatorio),[11][12] publicada en 1931: Las lanzas coloradas; y la poesía de José Antonio Ramos Sucre (publicada en su totalidad entre para 1929).[13][14][15][16]

Así mismo, en El gusano de luz, un relato breve, de apenas unas 500 palabras, dos interlocutores no identificados dialogan, sin que medie narrador, sobre la guerra y la ceguera que esta produce en la humanidad. Ambos interlocutores son solados, uno de ellos pone en duda la realidad, achacando al gusano de luz (una especie monstruo cósmico) los males de la humanidad, mientras que el otro replica poniendo en duda la tesis del primero. El final es este diálogo ambiguo, que no permite determinar quién tiene la razón:

- ¿Pues no dijiste ha poco que no era luz, sino un gusano? - ¿Y quién no se equivoca? ¡Toma tu lanza y vamos![17]

Muñeca y Autorretrato, de Armando Reverón.

Luego, en su relato Aunque pasen 3000 años, de 1924, asistimos al descubrimiento, en el año 4923, de las ruinas de un templo en Suramérica destinado al culto a un héroe de finales del siglo veintiuno, una forma de criticar el caudillismo latinoamericano y específicamente, el llamado cesarismo democrático.[1]

En 1927, Julio Garmendia publica su libro La tienda de muñecos, un hito para la literatura fantástica y de ciencia ficción venezolana, en el que encontramos un cuestionamiento de un mundo cosificado, artificial y mecanizado. Hay que notar que, como afirma Jorge Romero en su conferencia Julio Garmendia y el "alma" de lo mecánico, mientras Garmendia proponía esta estética basada en lo artificial, Armando Reverón hacía lo propio con la performance, el ensamblaje, y la instalación.[18]

En esta antología se encuentra el cuento La realidad circundante, que por mucho tiempo se consideró, erróneamente como el primer cuento de ciencia ficción venezolana.[1][19] Este relato describe el invento de una máquina que otorga al usuario la “capacidad artificial especial para adaptarse incontinenti a las condiciones de existencia, al medio ambiente y a la realidad circundante”.[20][21] Para Diego Rojas Ajmad, La realidad circundante no puede ser, sin embargo, calificado de ciencia ficción, puesto que "no hay una alteración del orden de la realidad ni se emplea el discurso científico para elaborar sobre él una ficción. No hay asombro ni maravilla y es por ello que no se me muestra el carácter fantástico del cuento, menos el de la ficción científica",[19] para Rojas Ajmad se trataría de una "representación de los poderes de la publicidad y de cómo un producto, sea las píldoras del doctor Ross o los peines magnéticos para detener la caída del cabello, puede encontrar a incautos compradores".[19] Se trataría pues de la historia de una estafa. Para Gastón Germán Caglia La realidad circundante, puede ser calificado Ubik (en referencia a la novela de Philip K. Dick) latinoamericano, enmarcado en el subgénero de la distopía.[22] Se trata de "un relato en formato publicitario en donde el personaje principal vende un artefacto para adaptarse a la realidad que se llama Capacidad artificial especial para adaptarse incontinenti a las condiciones de existencia, al medio ambiente y a la realidad circundante y que sirve a los inadaptados a la realidad circundante, a los fantaseadores. Quien lo compra, un inadaptado que desea tomar ventaja sobre los neo-adaptados, pero lo deja sobre su escritorio sin usarlo. Este comprador es alguien que padece del mal crónico de fantasear."[22] No se trataría pues de que el aparato no funciona, o que era una estafa, sino que el protagonista se negó a adaptarse, y prefirió continuar fantaseando.[22]

El regreso de Eva, de Pepe Alemán. Publicada en 1933, se trata de la primera novela de ciencia ficción venezolana.

La narrativa de Garmendia puede ser relacionada también relacionada con la metaficción y lo conceptual.[23][24] En este sentido, para Garmendia el cuento no es solamente una anécdota, sino el concepto de la anécdota.[24] Por ejemplo, en El cuento ficticio, el narrador es un héroe anónimo de la literatura, que empieza la historia diciendo:

Hubo un tiempo en que los héroes de las historias éramos todos perfectos y felices al extremo de ser completamente inverosímiles.[25]

El narrador es a la vez la voz narradora del cuento y un héroe inexistente de la literatura, y cuenta una historia que es conscientemente ficticia. Se trata solo de un cuento-concepto, o cuento-idea, sino de una especia de ars narrativa o manifiesto literario a favor de la ficción.[26][27] También es ejemplo de esto su cuento El librero, en el que el protagonista es un librero que declara querer salvar a las víctimas de las novelas policíacas o de las tragedias, pues “hay que ser caritativos con los pobres seres que arrastran en las páginas de los libros una existencia desolada". Luego el librero desaparece de forma inexplicable entre los libros de los anaqueles de humor. Se trata de otro héroe literario que lucha por lo finales felices, usando el humor.[25] Estos son relatos que se encuentran en el borde de los géneros, pues aunque no contengan el elemento científico o técnico de la ciencia ficción, contienen un elemento de extrañeza metafísica. En el prólogo a la Antología del cuento moderno venezolano (1895 - 1935), Arturo Uslar Pietri y Julián Padrón relacionan su narrativa con la novela filosófica francesa del siglo VIII, que había influenciado anteriormente a Pedro Emilio Coll.[28]

El cuento ficticio es una obra fundamental en la literatura de género en Venezuela, pues marcaría una tendencia estética en favor de la metaficción y los juegos intertextuales, con ejemplos como El falso cuaderno de Narciso Espejo de Guillermo Meneses, El cuaderno de Blas Coll de Eugenio Montejo, o más recientemente, el uso del falso documental en Santiago se va de José Urriola.[29]

La irrupción de la distopía

Otro autor menos conocido es Blas Millán (seudónimo de Manuel Guillermo Díaz, 1900-1960), quien en 1925 publica el conjunto Otros cuentos frívolos, donde recoge Fragmento de una carta de Caracas escrita en el año de mil novecientos setenta y cinco (1975). Luego 1929 publica el relato La radiografía, que, en 1955, Guillermo Meneses, incluye este cuento en su legendaria y decenas de veces reeditada Antología del cuento venezolano.[1] También publica Confidencias de un automovilista refinado, un relato cargado de erotismo hacia los automóviles que recuerda a Crash de J. G. Ballard.[1]

La primera novela venezolana de ciencia ficción no llegaría sino en 1933. Publicada por Pepe Alemán, El regreso de Eva es una novela vanguardista, en la que se describe una distopía feminista, de alto desarrollo tecnológico.[1] La novela ha sido reeditada en 2019 por la editorial El Perro y La Rana.[30][31]

Enrique Bernardo Núñez: reescribir la historia

Otro ejemplo importante de la literatura de ciencia ficción de la primera mitad del siglo XX es Enrique Bernardo Núñez (quien ya había incursionado en el género fantástico con Cubagua, de 1931) con su novela La galera de Tiberio, publicada en 1938. Esta novela muestra una América Latina en el futuro, utilizando el registro mítico e histórico.[32]

Ciencia ficción y poesía de las primeras vanguardias

Así como Ramos Sucre estaría influenciado por el relato gótico, la mitología clásica y la literatura fantástica, al menos, dos venezolanos incursionaron en la ciencia ficción a principios del siglo XX desde la poesía, influenciados por el futurismo y el ultraísmo: Salustio González Rincones con La yerba santa (Kiu Chibatsa), de 1929, que habla del fin de la civilización, inventa lenguas indígenas y hace referencias a un futuro lejano de viajes interplanetarios a Saturno y Marte, e incluso escribe en la lengua saturniana;[33][34] y Andrés Eloy Blanco con Baedeker 2000.[35]

En el prólogo de Baedeker 2000, Blanco escribe:

En presencia del mundo indeseable, irrespirable, insoportable, en presencia de la realidad rechazada por el ser, el Poeta intenta la evasión; crea su mundo y se mete en él; ya no vive sino en él; ni un minuto más está en la cárcel. Ha creado la realidad deseable. Es una superrealidad, pero no aislada ni hermética. Con él quiere el Poeta que vivan todos los seres del mundo derrotado, en la realidad indeseable que le rodea y de la que está fuera de la Cárcel, por todas partes, rodeando a los pueblos transidos.[35]

La segunda mitad del siglo XX

Los 50, 60 y 70

La década de los 50 se caracterizó por la irrupción de una nueva vanguardia con interés por lo fantástico, lo abstracto, lo experimental, que tendría como máximo representante a Guillermo Meneses en la narrativa (La mano junto al muro, El falso cuaderno de Narciso Espejo), mientras que Alfredo Silva Estrada haría lo mismo para la poesía (dialogando la obra de Gego y la danza contemporánea de Sonia Sanoja). Sin bien su obra no puede catalogarse exactamente como de ciencia ficción, sino como fantástica,[36] Meneses cambiaría la literatura de Venezuela e influenciaría a autores que sí incursionaron en el género (como es el caso de José Balza).[37] Algunos otros autores que en esa época formaron parte del canon de lo fantástico son Oswaldo Trejo y Alfredo Armas Alfonzo.[38][39][40]

En cuanto a la ciencia ficción propiamente dicha, en 1967, la poeta, narradora y dramaturga Ida Gramcko publica El jinete de la brisa, un libro extraño que contiene ensayos literarios, cuentos fantásticos y cuatro relatos de ciencia ficción: Difícil despertar (en el que la autora iIntroduce el tema de los “injertologos”, que injertan animales, no plantas), El esfuerzo, el deseo (reve relato astral, que introduce curiosos conceptos: “Plastómico”, tela plástica realizada atómicamente; “Metabros”, libros que se leen sin esfuerzos visuales; “Almivia”, especie de jugo azucarado extraído del almíbar común y una savia agridulce de Estragona; “Acelmus”, especie de legumbre surgida de la combinación de nuestra acelga con un vegetal de Venus; y la “Psidicina”, especie de medicina psíquica inferior a la psicoterapia), Una flor benevolente (relato de ciencia ficción protagonizado biológica), La materia o el fruto (una conversación entre el alma de “Trilada” y una fruta sobre el significado de la muerte).

Gramcko ya había incursionado en la literatura fantástica en libros de poesía como La vara mágica (1948), Poemas de una psicótica (1964), en su novela Juan sin miedo (1956), y en sus obras de teatro Belén Silvera (1955), La hija de Juan Palomo (1955), María Lionza (1955) y La dama y el oso (1959).[2][41]

Igualmente, en el año 1967, David Alizo publica la colección de cuentos llamada Quórum, que incluye varios relatos de ciencia ficción.[2][42]

En 1970 Luis Britto García pública su libro de cuentos Rajatabla que resultó ganadora del Premio Casa de las Américas en La Habana.[2] Es en honor a este libro que los integrantes del grupo de teatro "El Juglar", dirigido por Carlos Giménez, adoptaron como nombre "Rajatabla" y solicitaron al autor una pieza teatral, cuyos segmentos iba escribiendo a medida que avanzaban los ensayos.[2] Así mismo, en 1980 Britto García publica la novela de ciencia ficción experimental Abrapalabra.[2]

En 1973 Pedro Berroeta escribió la novela de ciencia ficción La Salamandra.[43]

En 1977 José Gregorio Bello Porras publica la colección: Andamiaje y Armando José Sequera escribe Me pareció que saltaba por el espacio como una hoja muerta.[2] Este último libro contiene treinta y dos historias sobre una comunidad de astronautas venezolanos.[2]

Unos años más tarde, en 1979, el escritor cubano Julio Miranda editó una antología Ciencia ficción venezolana que incluye los cuentos: Conspiración en Neo-Ucrania (1979) de Francisco de Venanzi; Racine en el Aeropuerto (1970) de José Balza; Jinetes de Luz (1970) de Humberto Mata; Inútil Redondo Seno (1973) de Pascual Estrada; y Valdemar Lunes, el Inmortal (1975) de Ednodio Quintero.[2][43][44]

Finales del siglo XX

En 1981, Eugenio Montejo publica El cuaderno de Blas Coll. Este libro "cuenta la historia de un tipógrafo de origen canario que arriba a las costas venezolanas en 1932, se establece en Puerto Malo (un pueblo de pocas calles y muchos barcos) y conforma una suerte de peña literaria con ribetes de sociedad secreta. No adrede —es justo decirlo—, sino en virtud de la materia que trajinaban."[45] Montejo crea no solo una ciudad (Puerto Malo), sino un idioma (el español de Blas Coll, que ansía que el idioma vuelva a sus orígenes greco-latinos). A pesar de que no podemos describir El cuaderno como una novela de ciencia ficción, como ocurre con la obra de Meneses, es un libro que se encuentra en los límites del género. Más adelante, en 1995 y 2006 respectivamente, Montejo amplía el universo de Blas Coll con dos libros: El hacha de seda, firmado con el heterónimo Tomás Linden y La caza del relámpago, bajo el heterónimo Lino Cervantes. En este último libro, Montejo introduce el elemento de ciencia ficción el siguiente poema, titulado El robot:

El cuaderno de Blas Coll, de Eugenio Montejo.

Recorro la casa hablando solo,

digo frases cifradas, asteriscos;

no sé qué estrella extinta

prolonga su tictac bajo mi cuerpo.

Llevo por nombre cuatro consonantes,

soy poeta y robot.

No corro, me deslizo entre las cosas

con cálculos geométricos.

Si alguna vez mentí fue por error mecánico,

fatiga de metal, óxidos fríos.

-No tengo sentimientos.

He sido creado para un mundo de sombras

donde se eclipsan las palabras,

pero digo lo exacto en tiempo mínimo.

A veces, sin embargo, me quedo repitiendo,

víctima de una falla de circuitos,

la misma frase horas y horas. Por ejemplo:

¿Quién a mi siglo le pide poesía?

¿Quién a mi siglo le pide poesía?

¿Quién a mi siglo le pide poesía?

¿Quién a mi siglo...?

En 1983, José Balza volverá a la ciencia ficción con su novela distópica Percusión.[46] Desde el humor, podemos también destacar la obra de Otrova Gomas (heterónimo de Jaime Ballestas), quien publica ese mismo año El jardín de los inventos.[2]

En la década de 1980 nace una nueva generación fuertemente influenciados por la ciencia ficción clásica. Dos grupos de aficionados fundaron clubes de ciencia ficción en distintas universidades: UBIK, fundada en 1984 por alumnos de la Universidad Simón Bolívar (que luego, a partir de 1997 se convertiría en la Asociación Venezolana de Ciencia Ficción y Fantasía, AVCFF) y ALFA en la Universidad Central de Venezuela. El primero de ellos sigue activo en la actualidad. Esos clubes fueron campo de entrenamiento de varios jóvenes escritores de cuento, y de cuatro escritores de ciencia ficción: Jorge De Abreu, Jorge Gómez Jiménez, Susana Sussmann y Ronald Delgado, quienes junto a otros novelistas modernos constituyen el panorama de la ciencia ficción venezolana actual.[43]

Para finales de los noventa, Ana Teresa Torres explora el tema de los viajes en el tiempo con su novela Malena de cinco mundos.[47]

El planeta se mira sí mismo, de Pancho Quilici.

El resurgimiento de las distopías

Para Carlos Sandoval, el contexto de represión política y crisis económica de finales del siglo XX y principios del XXI durante la revolución bolivariana, puede haber traído como consecuencia el resurgimiento del género distópico.[1] También Daniel Fermín resalta el auge de la distopía venezolana durante el siglo XXI.[48]

Algunos de los representantes actuales de la ciencia ficción venezolana que se han aproximado al género distópico son Ana Teresa Torres (Nocturama, 2006, y Diorama, 2021), Doménico Chiappe (Entrevista a Mailer Daemon, 2007), Gustavo Valle (Bajo tierra, 2009), Fedosy Santaella (Las peripecias inéditas de Teofilus Jones, 2009 y Hopper en el fin del mundo, 2021), Raquel Abend van Dalen (Andor, 2013), Alberto Barrera Tyszka (Mujeres que matan, 2015) Camilo Pino (Mandrágora, 2016), Ednodio Quintero (El amor es más frío que la muerte, 2017), Carl Zitelmann (Choro 2021: Una distopía bolivariana, 2019), Eduardo Sánchez Rugeles (El síndrome de Lisboa, 2019), Luis Enrique Belmonte (Archeus, 2020), Miguel Antonio Guevara (Los pájaros prisioneros solo comen alpiste, 2020), Israel Centeno (Jinete a pie, 2014 y El arreo de los vientos, 2021), Juan Carlos Chirinos (Gemelas, 2013, Los cielos de curumo, 2019, Renacen las sombras, 2021), Karina Sainz Borgo (El Tercer País, 2021), Edgar Borges (Enjambre, 2020, Ser gato, 2021, y Figuras, 2023).[2][43][49][50][51][52][53][54]

Lo raro y la creación de nuevas subjetividades

Santiago se va y Fisuras, del escritor venezolano José Urriola.

Autores como José Urriola (desde el relato y la novela),[55] Jacobo Villalobos (desde el relato),[56] Daniel Arella (desde el cuento y la poesía) Jairo Rojas (desde la poesía),[56] Enza García Arreaza (desde el cuento y la poesía),[57] abordan una nueva ficción rara, inquietante, cuya pretensión es más una exploración del espacio interior que del exterior.

Las revistas y antologías

Algunos de los temas más recurrentes en la literatura de ciencia ficción venezolana contemporánea son: lo posthumano, el indigenismo, el afrofuturismo, las modificaciones del cuerpo, la cibernética, el post-chamanismo, lo mítico.[3][58]

En las últimas cuatro décadas han nacido y han muerto varias revistas de ciencia ficción venezolanas y posteriormente E-Zines. Algunas de estas revistas son:

  • Cygnus, editada entre 1986 y 1994 por UBIK Club de Ciencia Ficción (luego Asociación Venezolana de Ciencia Ficción y Fantasía),
  • La Gaceta de UBIK, editada entre 1988 y 1999 por UBIK Club de Ciencia Ficción (luego Asociación Venezolana de Ciencia Ficción y Fantasía),
  • Necronomicón, editado entre 1993 y 1995 por UBIK Club de Ciencia Ficción (luego Asociación Venezolana de Ciencia Ficción y Fantasía),
  • Historia Universal, editada entre 1997 y 2000 por Asociación Venezolana de Ciencia Ficción y Fantasía,
  • Desde el Lado Oscurso, editada entre 1998 y 2014, editada por Juan Carlos Aguilar,
  • Tlön, editado por Fondo Editorial El Perro y La Rana entre 2010 y 2011.[43][59]

Algunas de las antologías llevabas a cabo en los últimos años son:

  • 2015: 12 grados de latitud norte. Antología de Ciencia Ficción Venezolana. Caracas: Asociación Venezolana de Ciencia Ficción y Fantasía,
  • 2015: El rastro de Lovecraft: Cuentos misteriosos y fantásticos (Carlos Sandoval ed.). Caracas: Alfaguara,
  • 2022: Inventus: Antología de Ciencia Ficción (Claudia Mauro, José Urriola ed., ilustraciones de Mafe Izaguirre),
  • 2023: Fractal: Antología de Ciencia Ficción (Claudia Mauro, José Urriola ed., ilustraciones de Mafe Izaguirre).

Cómic y novela gráfica

Space Riders, de Alexis Ziritt.

Dentro de la novela gráfica y el cómic, se puede destacar la obra de Alexis Ziritt (ilustrador de Space Riders y Night Hunters), Carlos Giffoni (guionista de Space Riders), o Mauro «Pupo» Salmaso (ilustrador y escritor de Son Vistos Como Zombis), del novelista e ilustrador Lucas García, o del escritor Wilfredo Machado (La noche de Prometeo).[60]

Doña Bárbara, personaje del cómic Space Riders de Alexis Ziritt.

Cine

En el año de 1965, Mauricio Odremán Nieto estrena su película EFPEUM. Esta película, que puede ser catalogada como la primera película de ciencia ficción venezolana, nació prematuramente en una Venezuela que aún no había despertado del realismo, y que apenas comenzaba a aceptar el realismo mágico como un elemento de la cultura del venezolano.[34] El cineasta comenta en su novela fantástica El día que todo haga Paff (1973) lo ocurrido con su película:

"...En esos días terminé el rodaje de la película de ciencia-ficción. Cuando la estrenaron, en ese recinto siniestro llamado Cinemateca, no asistí en presencia física, pero desdoblado y desde el astral procuré escuchar los comentarios. - "la Película más loca del año"- dijeron algunos, pero nadie comprendió el asunto del arquitecto con su Estructura-funcional-para-Encontrarse-uno-Mismo. Todo el mundo se rio a carcajadas y al parecer, los espectadores se divirtieron mucho, de lo lindo; mi intención no había sido realizar un film cómico, pero así resultó y eso era el éxito. Nunca más supe de "Efpeum", quedó en manos de los productores que la habrán enlatado y la tendrán debajo de un escritorio como hacen todos los negociantes en películas por estos lados del Atlántico..."
Mauricio Odremán Nieto. "El Día en que todo haga Paff". 1973

En el año 2019, se funda en San Cristobal el Festival El Grito, dedicado a la ciencia ficción, el horror y el fantástico.[61][62]

En 2021, Nico Manzano dirige Yo y las bestias, una película a medio camino entre lo fantástico y la distopía. Mientras que en 2022, José Ignacio Salvatierra dirige el primer largometraje venezolano de verdadera ciencia ficción, La jaula.[63][64][65]

Artes plásticas

Si bien difícilmente podemos hablar de una pintura o una escultura de ciencia ficción, es importante destacar a artistas que han compartido inquietudes con los escritores o cineastas de este género.

Éste ha sido el caso de algunos exponentes del ensamblaje y la instalación como Armando Reverón o Elsa Gramcko, o los miembros del grupo Los disidentes, que dieron inicio en 1945 a experimentaciones en el arte neofigurativo, del abstracto, del futurismo, el arte cinético y de otras corrientes del arte contemporáneo; rompieron con el figurativismo y renovaron la pintura venezolana tradicional signada por la tendencia de El Círculo de Bellas Artes y la Escuela Paisajista de Caracas. Entre sus miembros se encontraban Alejandro Otero (1921–1990), Mateo Manaure (1926–2018) y Jesús Rafael Soto (1923-2005).[66] Algunos escritores que experimentaron con la abstracción como Guillermo Meneses[67] y Alfredo Silva Estrada[68] se vieron influenciados por las propuestas de Los disidentes.

Reticulárea de Gego.

También podemos destacar a Alirio Rodríguez, cuya obra neofigurativa de carácter "cósmico" y futurista,[69] como él mismo confiesa en su libro Carta a nadie, fue influenciada por estudiosos de la cibernética como Aurel David o Norbert Wiener, y la literatura de ciencia ficción de autores como Aldous Huxley, George Orwell, Ward Moore, Ray Bradbury o Poul Anderson, o de la ciencia ficción rusa.[70]

También es el caso Gego y sus reticuláreas, como una especie de tejido del universo,[71] así como la obra electrocinética de Elias Crespin y en particular su obra L'Onde du Midi, expuesta en el Museo del Louvre.[72]

De igual forma, hay que destacar la obra de Pancho Quilici, llena de referencias arquitectónicas, paisajes poblados por seres fantásticos, paisajes simbólicos y abandonados, de formas geométricas que recuerdan a Escher o Piranesi, y que Juan Calzadilla ha descrito como de "una visión surrealista que, en su amplitud focal, roza la ciencia ficción y la alquimia".[73][74]

Música

Vytas Brenner, Ángel Rada y Oksana Linde: los sonidos del espacio

La experimentación de La música electrónica de los años 70 y 80 venezolana también tiene una influencia importante de la ciencia ficción, como es el caso de Vytas Brenner, Oksana Linde, Ángel Rada, Miguel Noya, Musikautomatika, Vinicio Adames, Polyburó, Adina Izarra, Oscar Caraballo, Aitor Goyarrola y Jacky Schreiber.[75][76]

Vytas Brenner comienza su carrera en los años 70 con su disco La Ofrenda de Vytas, donde experimenta combinando instrumentos eléctricos y electrónicos (Moog), con instrumentos acústicos y el piano y combinando rock sinfónico, y temas tradicionales venezolanos.[77]

Por su parte, Ángel Rada, quien en los 70 y 80 empieza a experimentar musicalmente lo que él denomina una fusión de psicodelia y tecnología.[78] Rada se mudó a Alemania para estudiar electroacústica e ingeniería química en la Universidad de Lübeck. Allí conoció el Moog Modular, de la mano de Klaus Schulze, en ese entonces miembro de Tangerine Dream.[78] Para Rada, "estar en contacto con estudiantes de ciencias en la Facultad de Ingeniería también fue una influencia clave para mí a nivel conceptual. Comencé a darme cuenta de que en el universo nada se detiene, todo cambia de un estado a otro y cada objeto se forma moviendo átomos que intercambian electrones. Mi percepción evolucionó a una segunda etapa centrada en la relación entre la física cuántica y el budismo, indicada por Fritjof Capra en The Tao of Physics, por ejemplo. En un momento dado llegué a la conclusión de que la música electrónica era fría y puramente tecnológica, pero la música, evidentemente, ya era más que eso para mí. El sonido de los anillos del planeta Saturno, captado por el satélite Cassini, nos dice que el Universo tiene sus propios sonidos, como Isao Tomita ha capturado en sus álbumes. Consideré que la música podría ser el lenguaje sonoro del Universo, y muchos de sus sonidos proceden de la observación de un entorno particular. Como compositor, este nuevo mundo mágico era necesario, así que pensé en crear un concepto de etnia y sonido, que llamé Ethnosonics, que involucrara instrumentos musicales, algunos de ellos ancestrales. Entonces, con un sampler, una de mis principales herramientas digitales desde entonces, capturé instrumentos indígenas para recrearlos o crear otros nuevos. Etnosonics es un concepto científico y artístico, podría incluir arqueología, paleontología, física cuántica, espiritualidad, psicología, psiquiatría y seguramente puedo decir que ha dividido la línea de tiempo de mi trabajo, mi desviación definitiva de la música electrónica."[78]

En los años 80 Oksana Linde dejó su trabajo como investigadora y adquirió un sintetizador Polymoog, una grabadora de carrete abierto Teac, y un Moog Source, y comenzó componer sus primeras piezas. Más adelante utilizaría también un mezclador de 16 canales, una Roland Tape Echo, una caja de ritmos TR505, un Korg M1, y un Korg TR88. En el año 1985 su pieza Mariposas acuáticas formó parte de una compilación internacional realizada en Francia por el sello HAWAI (SNX).[75] Linde creó "un universo personal a partir de la exploración de los sonidos electrónicos y hacerse un lugar en un entorno eminentemente masculino, pero debido a la discriminación de género y a los prejuicios, la falta de oportunidades hizo que su archivo haya permanecido inédito hasta ahora."[79] Sin embargo, gran parte de su trabajo se encontraba inédito hasta la salida de Aquatic and Other Worlds, que incluye piezas de 1983 a 1989, que ha sido comparado Low de David Bowie; las bandas sonoras de videojuegos para Atari y Nintendo; la bandas sonoras de películas como Tron; y el sonido de Tomita y Vangelis.[75]

Tendencias posthumanas en el reguetón contemporáneo

En la música electrónica y urbana reciente, y en particular en las escenas del neoperreo y el reguetón deconstruido, existe una tendencia hacia lo posthumano, lo queer, la nueva carne y lo mutante que tiene una influencia clara de la ciencia ficción. La obra de artistas como Arca, DJ Baba, Cardopusher/Safety Trance o Yajaira La Beyaca son ejemplos de ello.[80][81][82][83] En este sentido, The New York Times ha destacado cómo en sus álbumes KiCk i, KiCk ii, KiCk iii, KiCk iiii y KiCk iiiii (2020-2021) Arca ha construido un mundo atravesado por muchos de estos rasgos, que compara con la obra de Jorge Luis Borges y Ursula K. Le Guin.[84]

Folklor y futurismo

También podemos destacar la estética afrofuturista y neofolklórica de grupos como Raúl Monsalve y Los Forajidos o Insólito UniVerso.[85][86][87]

Bibliografía

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Véase también

Ciencia ficción

Literatura fantástica

Literatura fantástica en Venezuela

Literatura de terror

Literatura de Venezuela

Cine de Venezuela

Asociación Venezolana de Ciencia Ficción y Fantasía

Referencias

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